Dios estaba fuera de juego

En los estadios se ve ídolos inalcanzables, admirados y adorados. Foto: EFE
Pocos eventos deportivos generan tantas pasiones como la Copa del Mundo de fútbol. Y más en el caso de Qatar. Despertó debates en economía, política, estética, derechos humanos, ecología… y, de manera marginal, en el campo del futbol.
¿Cómo es que personas corriendo detrás de una pelota generen tantas pasiones y muevan a todas las clases y a todos los campos de nuestras sociedades? Lo que se juega va mucho más allá de un simple juego. Como siempre, lo esencial es invisible.
Para dar a ver lo invisible utilicemos el método del gran filósofo estadounidense Stanley Cavell (1926-2018): el método del lenguaje ordinario. Escuchemos simplemente lo que la gente dice cuando habla de fútbol. Hay sabiduría en lo que las personas dicen si sabemos escucharlas.
Cuando los hinchas de un equipo entran al Santiago Bernabéu o al Maracaná, no van a un estadio sino a un templo. De hecho, existe una lucha para saber cuál de estos es el más grande, de la misma manera que en la Edad Media se luchaba para saber cuál de las catedrales tenía la flecha más alta y, por lo tanto, más cercana a Dios.
Pero, ¿qué se ve en los estadios? Ídolos inalcanzables, admirados y adorados. Pero los ídolos compiten con los dioses. Hay un panteón oficial del fútbol, pero también jóvenes, furiosos, hambrientos, impacientes, que quisieran entrar en él.
Finalmente, no existe un ritual sin orden, sin gestión del tiempo y del espacio.
Como en otros templos, aquí rigen los hombres de negro. Notaremos además la superstición que envuelve al fútbol con los jugadores que entran con el pie derecho, aquellos que rezan y que le piden a Dios ayudarles en los penales (tal como si Dios no tuviera problemas más importantes que resolver).
Hasta el marketing nos invitaba, en 1998, a “comulgar con los dioses del estadio en el templo del futbol”. ¿Qué nos dice entonces el lenguaje ordinario? Algo simple y profundo: el futbol es una religión.
El buzkashi o kokpar es para los afganos lo que es la corrida de toros para los españoles, lo que en las fiestas reúne a toda la comunidad alrededor de una misma ceremonia. Una de las dos etimologías posibles de la palabra religión es el latín religare que significa “reunir” o “remendar lo que se había separado”. Tanto el buzkashi como las corridas de toros o el fútbol reúnen a las comunidades. ¿Pero alrededor de qué? El buzkashi es el ancestro lejano de todos los deportes de pelota. Opone a dos equipos montados en caballos que deben poner en el arco del equipo adverso al cadáver de una cabra.
Varios antropólogos, entre ellos René Girard (1923-2015), señalaron que el origen de todo juego es el festejo alrededor de un cadáver. Hoy, las pelotas son de material sintético, sin embargo hasta hace poco eran de cuero (de la piel de un animal). Más aún, en el buzkashi se trata del cadáver de un animal, pero en tiempos lejanos se trataba de un cadáver humano, aquel de un enemigo derrotado o de una víctima sacrificial.
Detrás de las pelotas sintéticas están las cabezas humanas originarias. Existe un vínculo esencial entre el sacrificio y lo sagrado por el vínculo semántico evidente; sin embargo, además porque el sacrificio produce lo sagrado. Lo que ha sido sacrificado es sagrado porque restaura la paz dentro de un grupo humano. Cuando las tensiones son demasiado grandes dentro de un grupo humano, el sacrificio permite expulsarlas al focalizar a la violencia sobre un único individuo.
A la violencia de todos contra todos, el sacrificio sustituye la violencia de todos contra uno, restaurando la paz. Permite así canalizar a la violencia, pero además crear un “nosotros”, la famosa “unión sagrada”, que se establece en contra de alguien. Todos sabemos que es más fácil reunirnos en contra de alguien que a favor de algo. En todo sacrificio, la paz viene después de la sangre.
Bien es cierto que este deporte no es de por sí un sacrificio, pero es una simbolización de este. Es un paso más en la simbolización de la violencia que nos reúne. La historia de las civilizaciones se puede leer como un movimiento de simbolización de la violencia. Desde la violencia desencadenada y ciega hasta las guerras (que organizan la violencia) y los insultos (que sustituyen una violencia simbólica a la violencia física), la humanización es una simbolización.
Dos rastros de este fenómeno permanecen en el fútbol. Si esta disciplina, como el sacrificio, simboliza a la violencia, está amenazada por la violencia física. No es evidente que la simbolización del sacrificio funcione y sabemos de las violencias físicas alrededor de los estadios. Segundo, ¿qué pasaría si no existiera este espacio en el cual descargar nuestra violencia al simbolizarla en contra de un equipo adverso? ¿Cómo la expulsaríamos de la sociedad?
Así, el fútbol evidencia un fenómeno social fundamental, el de la misma creación de nuestras sociedades: nos pone frente a los ojos nuestra necesidad de crear a un grupo humano levantándonos todos en contra de alguien, sin que este “en contra de” nos lleve a una violencia real sino únicamente simbólica y lúdica.