La cabalgata, organizada por la Prefectura del Guayas, recorrió las calles de Samborondón, el sábado 14 de noviembre de 2015. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.
Sus zapatos Reebok, de tono chillón, se aferran con fuerza a los estribos. Sus camisetas ‘armani’, se ocultan bajo las tradicionales camisas a cuadros, con flecos saltarines. Y se apuntan con sus ‘Samsung’, último modelo, para sacarse una ‘selfie’ sobre algún caballo criollo.
Una mezcla de modernidad y tradición domina las riendas de las nuevas generaciones montuvias, que mantienen vivo el ADN de la cabalgata en Guayas. Niños, adolescentes y jóvenes llevan con orgullo el arte de la monta, que aprendieron de sus padres en recónditos recintos del agro costeño, donde por poco la motocicleta le gana la carrera al caballo.
“Pero nada es como el caballo –dice, seguro, Ronald Álvarez-. Todo balzareño nace con esta pasión y desde chiquitos aprendemos a montar. Así nacemos y así moriremos…”. Esa pasión se vivió al máximo el pasado sábado (14 de noviembre), en Samborondón. Por sus calles se abrieron paso 5 700 caballistas durante la cuarta cabalgata de integración montuvia, organizada por la Prefectura.
En medio del tropel resaltaron jóvenes jinetes, como Jorge Luis y Juan Manuel Echever. Parecen gemelos, ambos tienen 8 años, pero son tío y sobrino. “¿Quién va a manejar?”, preguntó Juan, el padre y hermano. Su hijo fue quien respondió y de inmediato los trepó en la montura de madera. “Ya sabes -le advirtió a su hijo-, no sueltes la rienda”.
Desde que era bebé, Jorge Luis acompañaba a su padre en recorridos por los arrozales de Colimes. Ahora el pequeño está al mando de Salta Cerca, un castaño “mañoso, bien arisco”.
Marisol es otra de las hermanas del clan Echever. Antes de la monta, de ajustarse las botas y el sombrero, se retocó el maquillaje.
A los 8 aprendió a cabalgar y hoy es la presidenta de los pueblos montuvios de Colimes. Por eso no solo domina a los potrillos más salvajes. Es también firme ante los “hombres chúcaros, rebeldes”, que quieren ir contra las órdenes de una mujer. “Tengo las rodillas quemadas por las caídas, pero así aprendí -dijo-. La monta se lleva en la sangre”.
Valeria heredó el gusto por la cabalgata de su padre, Christian Placencio. “Monto desde los 4 años, cualquier caballo que me dé mi papi”, contó la niña (de 7), mientras arriaba, con sus botas y una camisa de cuadros azules, un manso potro marrón.
Al igual que muchos pequeños, está acostumbrada a colocar los aderezos a los caballos, a verlos sacudir sus crines, a oír el fuete golpear, a los relinchos desafiantes, a caminar en un terreno minado por estiércol sin que el hedor la inquiete.
Algunos, como Steven Holguín, un adolescente de 13 años, han crecido junto a los potreros. Cuando termina las clases en el colegio, colabora en los criaderos de la hacienda El Capricho, en el recinto La Aurora de Samborondón, la recientemente nominada capital ecuestre del Ecuador, por la Organización Mundial de Turismo Ecuestre.
El sábado no solo ajustó los estribos, también montó a Bandido, el mejor amigo de Ecuador Fariño. “Lo bautizamos así porque desde que salió ha sido bien bandido. Yo lo vi nacer -recordó-. El uso del caballo vivirá siempre -continuó-, porque es más seguro que la moto y es un más miembro de la familia”.