Activismo, ¿nueva forma de política?

El activista hongkonés Joshua Wong es continuamente invitado a foros que reflexionan sobre democracia. Foto: EFE

La fuerza de la protesta callejera reflejada en las urnas. A lo mejor resultaría un buen membrete para los 387 asientos -de 452 en juego- obtenidos por el bloque prodemócrata en las elecciones distritales del 24 de noviembre en Hong Kong.
La participación récord del 71,2% fue vista como un fuerte respaldo social a los grupos que movilizaron masivas protestas desde junio.
Algunas de las figuras más prominentes de las manifestaciones, como Jimmy Sham o Andrew Chin, son ahora concejales con derecho a elegir en el 2020 al próximo jefe del Ejecutivo de esta región autónoma, tradicionalmente dominado por los aliados de Pekín.
Joshua Wong, uno de los pilares del movimiento en favor de la democracia que nació en el 2014 con la Revolución de los Paraguas, se quedó fuera porque las autoridades vetaron su candidatura, pero su voz es buscada en foros de distintas partes del mundo para recabar más apoyo a su movimiento.
Este ha sido un año en que los espectadores de noticieros se han encontrado más de una vez con un bloque de información internacional que pasa en cuestión de segundos de protestas en algún país de Latinoamérica a movilizaciones en las calles de Europa, seguidas de otras en algún país de Asia o África.
Grandes y heterogéneas masas reclamando cambios en el sistema político, muchas veces sin saber los qués o los cómos, pero dejando claro que ya no están para nada conformes con la forma de hacer las cosas de los que desde la mitad del siglo pasado han tenido en sus manos la batuta de la dinámica democrática: los partidos políticos.
No por nada, la Unidad de Inteligencia de la revista británica The Economist tituló su Índice de la Democracia 2018 Participación Política, Protesta y Democracia. Tras analizar distintas variables en 165 estados independientes y dos territorios, apunta que la población mundial se muestra claramente desilusionada con las instituciones políticas formales, por lo que ha decidido tomar cartas en el asunto, por lo menos intentando hacer oír su voz en una marcha.
Este cambio social tendría que ocasionar una transformación paralela en los partidos, como apunta Manuel Sánchez de Dios en un análisis para la revista Apuntes Electorales. Su principal rol en un contexto de conflictos sociales, agrega, es promover propuestas que satisfagan las demandas de la ciudadanía, para mantener así esa funcionalidad que los hace protagonistas dentro de los sistemas democráticos.
Este y otros autores, como el diplomático chileno Carlos Huneeus en la revista Ciencia Política, atribuyen a errores internos esta caída en la confianza por parte de los votantes. El analista pone como ejemplo al desplome del sistema de partidos en Italia en la década de los 90, que se produjo por su “visión clientelista de la política, especialmente de la Democracia Cristiana y el Partido Socialista”.
De todos modos, nadie pone en duda su importancia para mantener un orden democrático; los países en democracia son esencialmente Estados partidistas.
Y cuando las estructuras de un partido no son lo suficientemente fuertes como para crear canales efectivos, que no solo le garanticen presencia electoral sino permanencia en el tiempo, es cuando irrumpen los movimientos populistas en el panorama, según reflexiona Patricio Navia, del Centro de Estudios de Latinoamérica y el Caribe de New York University.
No es cuestión de ideología: en la región son numerosos los ejemplos en los que surge un caudillo, en ocasiones como resultado de una fuerte asonada en rechazo a los partidos y el gobierno vigente, con la consecuente creación de un partido que se vuelve hegemónico en relación directamente proporcional a la vigencia y popularidad de su líder.
Solo para poner dos ejemplos, uno de cada lado, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), creado en el 2007, fue ideado por el entonces presidente Hugo Chávez para fusionar en un partido único a su gobierno, que empezó en 1998. Tras la muerte del gobernante en el 2013, para Nicolás Maduro la tienda política es un elemento de cohesión más de forma que de fondo.
En Colombia, Álvaro Uribe Vélez llegó al Palacio de Nariño en 2002 como candidato independiente, si bien contó con el apoyo del Partido Conservador, pero una vez fuera de la Presidencia necesitó fundar su propia tienda en 2013 para mantenerse vigente en la política. Y si bien Centro Democrático logró que su candidato Iván Duque ganara las elecciones el año pasado, las protestas de los últimos días en ese país plantean la duda respecto a si el Mandatario tendrá la fuerza de su mentor para afrontarlas.
La crisis del Partido de los Trabajadores (PT) y la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, así como el obligado retorno a las urnas de Cristina Kirchner para conseguir que su tienda consiga sentar a otro presidente en la Casa Rosada, son también una muestra de cómo una organización política creada en torno a una figura se vuelve vulnerable cuando esta ya no está en la plenitud de su poder y/o popularidad.
¿Agendas ocultas?
Llama la atención al revisar la lista de las 100 personas más influyentes del 2019 según la revista Time que, justo en medio de los presidentes Donald Trump (EE.UU.) y Andrés Manuel López Obrador (México), esté instalada la joven ambientalista sueca Greta Thunberg como una líder en el ámbito político. Con 3,04 millones de seguidores en Twitter, su agenda en la Cumbre del Clima de Madrid y sus convocatorias a protestar para exigir medidas que ayuden a controlar el calentamiento global son a veces más mediatizadas que cualquier gobernante.
Más de un estudioso propone este nombre como un ejemplo del surgimiento de nuevos grupos de interés, con una capacidad de marcar temas para el debate mayor que quienes ocupan curules en una legislatura o los dirigentes que buscan adeptos para ganar unos comicios. Sin embargo, no faltan quienes identifican en el discurso de Thunberg postulados que partidos de izquierda han proclamado por años.
Por ejemplo, el sitio español Outono plantea que la adolescente firma un artículo en el que se muestra convencida de que la solución a la crisis climática está en desmantelar a “los sistemas de opresión coloniales, racistas y patriarcales”.
En una coyuntura que cambia a la velocidad de los ‘trending topics’, resulta aventurada cualquier futurología respecto a lo que sucederá con los nombres surgidos de la protesta. No sería extraño que se volvieran figuras políticas que cumplan un ciclo de plenitud, decadencia y luego retiro de la arena pública, afiliándose a algún partido existente o fundando uno propio.
Lo que sí es cierto es que el escenario que encontrarán será diametralmente distinto, incluso al que vemos ahora, con nuevos intereses económicos en virtud de las transnacionales que globalizan una gran cantidad de servicios. Y la posibilidad siempre está abierta de una movilización popular que desafíe y busque acabar con cualquier statu quo.
Por ahora, situaciones positivas resultantes de las protestas se vuelven un llamado a construir un sistema de partidos políticos que vaya más allá de unas elecciones. En Chile miles de manifestantes hoy están abocados a leer su Constitución, una vez que su país se prepara a cambiarla.