Efrén González empezó en Santo.Domingo de los Tsáchilas, en 1977. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Ser relojero es un oficio que ha sobrevivido al paso de los años; pero la velocidad con que la tecnología ha irrumpido en el mundo y la variedad de relojes ‘desechables’ parece haber condenado a muerte a esta labor.
Muchos de los relojeros que existen en Quito han trabajado por más 25 años y cuentan que tuvieron su apogeo entre las décadas de los 70 y 90, cuando los relojes eran importantes piezas de joyería.
Su tarea va más allá de cambiar las pilas o correas de los relojes; de ellos depende el que estos aparatos vuelvan a tener vida. Este ensayo fotográfico resalta el trabajo preciso y dedicado de los relojeros para salvar los aparatos que puedan.
Hugo Zapata tiene su taller especializado en la Plaza del Teatro. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
El cambio de correas y de pilas son los servicios más solicitados. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
La mayor cualidad que tienen los relojeros es su paciencia. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Las herramientas usadas son igual de pequeñas que las piezas. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Manuel Garzón tiene su relojería en la calle Guayaquil. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Marco León lleva más de 50 años en el oficio. Trabaja en la Olmedo. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO