Ángel Zúñiga trabaja desde los 17 años. Ahora que tiene 19, divide su tiempo entre dos empleos para ayudar a su familia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El hermano ‘sánduche’ de la familia Zúñiga Prudente tiene 19 años y trabaja desde los 17.
Es Ángel Zúñiga, guayaquileño que se confiesa hincha del Barcelona SC y aficionado al reggaetón, sobre todo el de Nicky Jam y Maluma. Su corte de cabello de estilo urbano, que se asemeja al de los cantantes de este género, lo delata.
Aunque su deporte favorito es el fútbol, desde que tiene dos empleos es poco el tiempo que le queda para practicarlo. “Antes jugaba más, ¿sí o no, mami?”, dice mientras mira a Karina Prudente, su madre.
“Ya el tiempo no le da, es que llega cansado del trabajo a dormir y a veces toca despertarlo porque la gente viene a que les corte el cabello”, cuenta Prudente, madre de tres hijos.
Zúñiga es, desde hace un año y dos meses, uno de los recolectores de basura del Consorcio Puerto Limpio, empresa que tiene a su cargo la limpieza de Guayaquil. Y, además, realiza cortes de cabello en la sala de su casa, que desde hace dos años se convirtió en una improvisada peluquería.
Su turno en Puerto Limpio comienza a las 19:00 y termina a las 03:00. “Es tranquilo todo, lo único que no me gusta es tener que recoger gatos muertos”, reconoce. En un camión recolector, él y otros dos compañeros recorren la Zona 1 de Guayaquil, que comprende la zona céntrica de la ciudad.
Ya acostumbrado, cuenta que su trabajo termina a las 03:00, pero debe esperar el bus hasta las 06:00; por lo que llega a casa a las 06:30. De ahí, duerme hasta el mediodía y, por la tarde, si hay clientes, se dedica a cortar el cabello.
Cuando estudiaba contabilidad administrativa, en el colegio Numa Pompillo Llona, recuerda que su plan de vida era buscar una carrera apenas se graduara. Esto no pasó. Debió trabajar, lo más pronto posible, para pagar un crédito familiar que se hizo para arreglar una parte de su vivienda que estaba destruida. Su casa era de tabla y caña y literalmente se estaba cayendo. Entonces, habló con su papá para tramitar un préstamo y arreglarla.
Su primer trabajo fue de ayudante en un taller de ebanistería, pero no estaba asegurado. Cuando supo de vacantes para recolectar desechos en Puerto Limpio, aplicó.
Su ingreso tuvo complicaciones. Con el paso del tiempo, ya se acostumbró a las malas noches y, a pesar de su agitado horario, se da tiempo para cortar el cabello, algo que aprendió, como un ‘hobby’, a los 17 años. Estrellas, palabras, números y otros diseños urbanos son plasmados en sus jóvenes clientes.
Cuando comenzó, aprendió a cortar con hoja de afeitar, cuenta su mamá. Con el tiempo, reunió dinero y compró una rasuradora eléctrica, peines y otros implementos. Su sueño es tener su peluquería y dedicarse de lleno a esto.
Aprendió el uso de la tijera y la rasuradora viendo a un amigo; luego asistió a un curso. Ahora, lo que busca es tener el certificado de artesano. Una motivación es el reconocimiento que recibe de sus compañeros y clientes por su talento al hacer diseños estilo urbano. “Les he hecho cortes a algunos de ellos”, cuenta riendo y señalando a varios de sus amigos. En el rostro de su madre se dibuja una enorme sonrisa cuando habla de su hijo. No es para menos: él es quien lleva el sustento a su hogar desde que su padre, que laboraba como guardia de seguridad, se quedó sin trabajo hace dos meses. “A veces se ‘bajoneaba’, cuando lo criticaban diciendo que siendo un bachiller no debía trabajar como recolector, recuerda Prudente. Ahora Zúñiga ríe y dice que planea seguir con sus dos empleos porque quiere hacer más mejoras en su vivienda. Tiene su principio: “Por mi familia lo hago todo, siempre”.
Este norte hace que él sea incluido en el grupo de trabajadores no calificados comprometidos. Rango en el que Daniel Dávalos, especialista en Recursos Humanos de la consultora Selecta, ubica a los jóvenes que buscan empleos y que, por sus necesidades, suelen demostrar un alto compromiso con su labor diaria. “El compromiso es más fácil generarlo con la organización porque prácticamente tienen menos opciones”, explica Dávalos.
Es el caso de Zúñiga. Su jefe supervisor de área, Richard Vera, destaca la actitud del joven. “Hay personas que ven mal este trabajo, pero todo trabajo dignifica. Hay chicos que entran y se van el primer día, pero otros como Ángel ven la manera de quedarse, pese a que es un empleo duro.
¿Por qué no duran? Zúñiga sonríe, mira a su mamá y contesta, “porque soy responsable, lo hago por mi familia y miro al futuro”.