La descripción “nervios de acero” puede parecer dramática, pero no lo es en este caso. Es el requisito para entrar a una sala de escape (‘escape room’, en inglés) y salir triunfante. Es un juego de aventura donde se deben resolver misterios y enigmas para salir de la sala. La adrenalina es el ingrediente principal en medio del trabajo en equipo.
La primera de estas atracciones en el país abrió en Quito hace casi siete años. Se trata de Room Escape Ecuador, ubicada en la Guangüiltagua, en el norte de la ciudad.
En más de 300 m se distribuyen cuatro salas diferentes, donde los asistentes ponen a prueba sus habilidades. La paciencia y la agilidad son el secreto para superar el desafío y avanzar en el juego. Calabozo, dimensión desconocida, casa antigua y apocalipsis zombi son las opciones disponibles. Cada una equipada con accesorios según los desafíos. Aquí hay efectos especiales automatizados, como luces, sonidos y humo.
“Es tensionante y, a veces, es obvia la respuesta, pero los nervios te juegan en contra”, relata Joao Campues, de 23 años. Él fue a jugar por primera vez a mediados de agosto junto con seis amigos.
La dinámica es hallar pistas y resolver un acertijo en máximo 60 minutos. Por ejemplo, dentro del calabozo se trata de salvarse del verdugo, luego de que el equipo es hallado culpable de un crimen.
Jonathan Escobar es socio del establecimiento. Tiene 34 años; le apasiona su trabajo y la posibilidad de jugar diferentes desafíos en cada escenario. Revela que sus clientes vuelven porque se quedan “picados”. Les gusta el desafío, avanzar en el juego y compartir la experiencia con sus allegados.
Campues cuenta emocionado a su familia las actividades en Room Escape Ecuador. A partir de eso programaron una visita en la última semana de las vacaciones escolares, para pasar tiempo en familia.
Escobar dice que es un clásico: las familias llegan, a veces distanciadas, y salen todos unidos y risueños. Es una gran anécdota para contar. Los niños pueden acceder a ciertas salas a partir de los 8 años, en compañía de un adulto, y solos luego de los 13 años.
En otro punto de la ciudad, sobre la Alpallana, está Tactics Escape Rooms. Está situada en una antigua clínica. Los fantasmas y hechos paranormales son “reales”, según sus trabajadores. Daniel Larrea es el encargado del lugar. En un recorrido por sus instalaciones revela cómo se han organizado en tres diferentes pisos para recrear escenarios espeluznantes.
Para los amantes del terror está la sala de Anabelle, basada en la película de la muñeca diabólica. Una luz tenue acompaña a los jugadores, que son encerrados en una réplica del museo de lo paranormal o en escenarios de los filmes que conforman la saga. Al lado está una sala de hospital psiquiátrico. En ella jugaron por una hora ocho adolescentes. Salieron agitados y con risas nerviosas por haber superado el desafío. Paúl Játiva era el más calmado de los chicos. Admite que el inicio es difícil. “Había menos luz y no sabíamos muy bien qué hacer”, cuenta. Una de sus compañeras estuvo tentada a retirarse. “Al principio estábamos asustados”, dice Valentina Silva. Finalmente, al resolver la primera charada, todo fue más claro.
Larrea explica que cada sala tiene su nivel de dificultad. La idea es tener un desafío real para los visitantes. Por eso, el nivel de éxito no supera el 35%. En la denominada Postmorten es donde menos personas logran el triunfo. En ese sitio funcionaron quirófanos reales hace tres décadas y eso le da un toque paranormal, asegura Larrea. Todo se controla con cámaras que vigilan si alguien ha optado por abandonar el juego, depende de la susceptibilidad de cada persona.
Con el corazón acelerado y las manos sudorosas, se puede salir intacto de la experiencia.