Las urnas biodegradables no ocasionan impactos negativos sobre el ambiente. Foto: cortesía Diego Vega
Los funerales o entierros ecológicos son una forma de contribuir al cuidado del planeta aún después de la muerte. Urnas biodegradables, ataúdes fabricados con madera sostenible o incineraciones solares son algunas de las prácticas que están tomando fuerza alrededor del mundo para sustituir a las tradicionales.
Los féretros que son producto de la deforestación ilegal, los metales que están presentes en las urnas comunes y los químicos que se emplean en el proceso son potenciales fuentes de contaminación. Para llevar una vida y muerte responsables con el ambiente, existen más opciones ‘eco friendly’.
Los entierros ecológicos han aumentado su popularidad en países europeos como Alemania y España. En estos han surgido iniciativas como ataúdes fabricados con madera proveniente de talas responsables o urnas de sal que se disuelven rápidamente al tener contacto con la naturaleza.
En el Reino Unido, la empresa Green Endings ofrece envases construidos con caña o cerámica para colocar las cenizas. Otras iniciativas buscan ser más ambiciosas. Este es el caso de la iniciativa italiana Capsula Mundi, que propone colocar los cuerpos en forma fetal, o las cenizas, en cápsulas orgánicas que tienen forma de huevo. El objetivo es enterrarlas y sembrar un árbol sobre estas, con el objetivo de transformar a los cementerios del país en bosques.
La tendencia de estos entierros ecológicos también está presente en Ecuador. Desde hace un año, Verónica Falconí Pérez empezó a ofrecer este servicio en el país mediante el proyecto Life Urns. Esta terapeuta holística cuenta que la idea surgió al ver que sus pacientes que estaban cercanos a la muerte o sus familias no contaban con muchas alternativas para ese momento.
Ahora trabaja con dos modalidades. La primera es la venta de urnas fabricadas con bambú y papel reciclados. No se usan pegamentos ni tóxicos que puedan contaminar al ambiente, dice.
Cuando estas tienen contacto con el agua, el aire o la tierra, empiezan un proceso de degradación. Las urnas flotantes, por ejemplo, se pueden colocar en el océano, ríos o lagunas. Estas se biodegradan en alrededor de tres horas y las cenizas pasan a formar parte del cuerpo de agua elegido, sin generar contaminación.
La segunda opción consiste en “traer a la vida a un ser a través de la pérdida de otro”, cuenta Falconí. El proceso consiste en sembrar un árbol utilizando su semilla, cenizas, un agente neutralizador, tierra negra y piedra pómez.
La especie de planta se elige de acuerdo con la personalidad de quien falleció. En este caso se ofrecen 20 opciones, dependiendo del sitio elegido para la siembra. Puede ser un jardín, una maceta o un camposanto.