A simple vista parecen insectos, zancudos, mariposas o libélulas. Hay que acercarse y mirar con detenimiento para distinguir sus estructuras robóticas hechas de titanio y plástico. Son la nueva generación de aviones tripulados a control remoto (drones), en los que está trabajando la Universidad de Harvard, en EE.UU.
Los primeros avances fueron publicados en la revista especializada IOP Science a principios de año. Ahí se dice que los milimétricos aviones (del tamaño de la moneda de un centavo) ya han sido probados en el campo. En Fukushima (Japón) por ejemplo, sirvieron para hacer un reconocimiento en zonas que eran de difícil acceso, incluso para los drones tradicionales (más grandes).
Lograron despegar, aterrizar y flotar en el aire, casi igual que los insectos en los que se inspiraron. Y también cumplieron otro objetivo: ser casi invisibles para el ser humano.
Si bien ahora solo pueden transmitir imágenes en vivo, las investigaciones existentes dan cuenta de que en el futuro podrían reemplazar a los insectos. A través del proyecto Micro Air Vehicles de la Universidad de Harvard y de la Universidad Northeastern se creó un drone abeja que puede polinizar. Tiene sensores inteligentes y algoritmos de procesamiento para que pueda cumplir tareas programadas.
Ahora se estudia cómo lograr que opere en el campo, de forma cooperativa. Es decir, simultáneamente con cientos o millones de otros drones similares, emulando a un enjambre.
Para David Lentink, especialista en ingeniería biológica de la Universidad de Stanford, las posibilidades que abre esta nueva tecnología son tan “aterradoras para algunos, como emocionantes para otros”.
Esto porque no solo pueden ser usados en la agricultura o la investigación, sino también en la vigilancia militar o la vulnerabilidad de la privacidad de las personas, como lo sostiene en el artículo editorial que publicó para IOP Science.
Incluso la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) expresó (en 2013) públicamente su “preocupación” porque en 14 países de las Américas se tienen aviones no tripulados sin que exista un claro marco legal para su uso.
Entonces, Santiago Cantón, del Centro de Derechos Humanos Robert F. Kennedy, advirtió sobre otro riesgo: los asesinatos selectivos, que pueden hacerse con drones.
Al momento, según la CIDH, Brasil es el país con más drones y el mayor de América Latina. Colombia y Ecuador han comprado drones, pero tienen en marcha proyectos de desarrollo propio; al igual que Perú. Argentina y Bolivia los han usado para misiones de reconocimiento de terrenos.
El primer antecedente de un drone en el mundo data de 1933. Entonces se iniciaron las pruebas del avión UAV Queen Bee, en Reino Unido. Tenía el mismo tamaño y estructura de un biplano tipo Fairey Queen y se controlaba de forma remota, desde un barco.
Pero el desarrollo de los drones se dio en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. En 1951, EE.UU. lanzó un avión AQM-34, que permitía hacer vuelos de reconocimiento. Hacia 1994, se presentó al Predator, que ya tenía armas (misiles) en su estructura y de ahí se vino la era de los nanodrones.
A diferencia de lo que ocurría en sus albores, ahora los drones están en la vida cotidiana gracias a la reducción de costos. La tienda Amazon anunció que las entregas de las compras se harían en poco tiempo a través de los drones. Ahí se puede adquirir un avión en USD 500, en promedio.
En Nueva York, en cambio, Jeff Myers programó su dron para pasear a su perro. Desde casa siguió cada paso con el GPS y la cámara de video que instaló en el drone.
Tipos de drones
Los bélicos permiten hacer tareas de inteligencia militar, reconocimiento y programar ataques específicos.
Los de investigación recopilan información en zonas de difícil acceso o peligrosa, como en la selva o sobre el océano.
Los comerciales son utilizados por civiles para filmar películas, comerciales o actividades de entretenimiento.
Los de logística permiten llevar cargas, pero también se usan para apoyar operaciones de rescate.