Una caravana de migrantes salvadoreños, que huye de la pobreza y las pandillas, cruza el río Suchiate con dirección a México. Su intención es llegar a Estados Unidos. Foto: Carlos Alonzo/AFP.
El tema que hoy en día se discute en todo el mundo no está exento de tensiones y disputas. El solo hecho de pronunciar la palabra migración despierta controversia y enciende las pasiones más bajas e irracionales.
Pero también la inmigración -ese fenómeno tan denostado, bandera de lucha de la derecha y la ultraderecha, que azuza el miedo hablando sin sonrojo de trabajos robados y delincuencia sistémica- está salvando a varios países, no solo porque compensa la pérdida de población sino por el beneficio que representan las remesas y la mano de obra de bajo costo.
Los crecientes movimientos migratorios por problemas sociales o políticos se han convertido en uno de los focos de mayor tensión en América, Europa, Asia y África y han obligado a los gobiernos a tomar decisiones encontradas, en medio de una absoluta falta de consenso.
La caravana de emigrantes centroamericanos que se dirige hacia Estados Unidos o la odisea del barco Aquarius por aguas del Mediterráneo el pasado verano sin encontrar un puerto de acogida, han tenido en vilo a la opinión pública internacional y han demostrado que la migración se ha convertido en un tema capital del debate del siglo XXI.
Síntoma de este debate, la cumbre de 160 países miembros de la ONU que se efectuó esta semana en Marrakech (Marruecos) para aprobar el Pacto Global para una migración segura, regular y ordenada contó con numerosas ausencias -algunas tan importantes como Estados Unidos, Australia, Italia, Austria-, que revelan cómo las migraciones agitan los peores miedos en la sociedad y disparan los discursos xenófobos.
A lo largo de los últimos meses, un goteo constante de abandonos ha ido minando el alcance de este acuerdo histórico, el primer esfuerzo real por establecer una gobernanza global de la movilidad humana. Las ausencias llamaron la atención porque la implementación del pacto es voluntaria, a diferencia de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, de 1951, suscrita y ratificada por los 193 Estados miembros de la ONU, pero no necesariamente implementada.
El pacto adoptado es el primer acuerdo intergubernamental negociado, que busca cubrir todas las dimensiones de las migraciones internacionales. Se trata de un documento proactivo de 23 objetivos que busca orientar a los Estados en todos los asuntos relacionados con las migraciones.
Estados Unidos ha sido el detractor más notable de la conferencia mundial al condenar el pacto y tildarlo de violación a la soberanía nacional. Pero también hubo otros países que frenaron el pacto o se negaron a firmarlo como Hungría, Israel, Bélgica, Polonia, Suiza, Eslovaquia, República Checa, Bulgaria, Letonia y Chile.
Son numerosas las señales de rechazo al migrante que llegan desde Europa, y no solo por el ascenso de los grupos xenófobos en las citas electorales de prácticamente todos los países. El último de ellos fue España, donde unas elecciones autonómicas en la región de Andalucía dieron el 10% de votos a un grupo ultraderechista.
Incluso en países tradicionalmente más abiertos a la emigración, como los escandinavos, se registran iniciativas antes impensables: esta misma semana, el Gobierno danés propuso recluir a los emigrantes culpables de crímenes en una isla desierta mientras se tramitaba su expulsión.
Y mientras que los países ricos van cerrando las puertas a la emigración, las naciones de Asia y África acogen con menos ruido y menos polémica cantidades mucho más generosas de emigrantes: sirios en Líbano, birmanos en Bangladesh y africanos del Oeste en Costa de Marfil. En todos esos casos se cuentan por millones.
Pero, más allá de analizar esta deriva política abiertamente xenófoba que corre por algunos países ricos, el tema de fondo es que la aprobación del Pacto Migratorio constituye la primera piedra de un sistema que debe optimizar el complicado equilibrio de riesgos y oportunidades asociado a la movilidad humana. “Un régimen migratorio del siglo XXI para un tema que nos define como sociedad global contemporánea”, sostiene el investigador y activista contra la pobreza, Gonzalo Fanjul.
Pocos asuntos importan más en este desafío que el de su impacto sobre el desarrollo, una perspectiva desatendida hasta ahora, dice el experto.
Un punto a considerar es el papel en la financiación de las economías pobres.
Las remesas de los emigrantes alcanzaron en 2017 los 466 000 millones de dólares, triplicando en volumen la financiación que reciben los países en desarrollo a través de los programas de ayuda. La realidad migratoria alcanza hoy a 260 millones de personas, lo que representa el 3,4% de la población mundial; de ese total, 164 millones son trabajadores.
Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Cepal, que participó en la reunión plenaria de la cumbre de Marruecos, resalta que, si bien los grandes movimientos de migrantes conllevan costos de ajuste sustanciales, también tienen un impacto social, económico y cultural abrumadoramente positivo en los países de origen a través de las remesas, y en los países de destino a través de la mano de obra de bajo costo y sus contribuciones a la seguridad social.
En 2015 la contribución de los migrantes al producto interno bruto (PIB) mundial fue de 6,7 billones de dólares, es decir, el 9,4% del PIB mundial.
Sin embargo, para comprender la importancia de las migraciones en el desarrollo, primero será necesario un enorme esfuerzo de pedagogía social para desmontar las narrativas abusivas, populistas y xenófobas que se han ido generando a lo largo de los últimos años con relación al fenómeno de la movilidad mundial.