La complejidad del arte contemporáneo, la diversas de exploraciones visuales y culturales que propician sus prácticas, pero también los prejuicios y malentendidos que en muchas ocasiones han empañado su recepción demandaban una publicación que catalogue, describa y analice con el debido rigor intelectual las obras y momentos nucleares de su desarrollo.
Me parece que este es el objetivo central del libro ‘101 Arte Ecuatoriano Contemporáneo’, la oportuna iniciativa de Rodolfo Kronfle Chambers y Eliana Hidalgo Vilaseca: constituirse en una “cartografía orgánica” del arte ecuatoriano actual; una actualidad que es más antigua de lo que se puede pensar, pues, con muy buen criterio, Kronfle ubica su inicio en 1959, con la realización del cortometraje experimental ‘Encuentros imposibles’, de Eduardo Solá Franco, pionero indiscutible de muchos gestos y experiencias de lo que hoy entendemos por lo contemporáneo, y de lo que podríamos calificar como una sensibilidad heterodoxa.
Si hay un signo que caracteriza y distingue al arte contemporáneo es su vocación crítica. Una vocación que en el caso ecuatoriano se remonta a las vanguardias artísticas de un siglo atrás: el indigenismo, el realismo social y el expresionismo. A continuación, me permito recordar, brevemente, algunos momentos cruciales de esa actitud impugnadora del arte actual, y de las derivas que han experimentado esas prácticas.
Varias actuaciones de La Artefactoría y de Pablo Barriga en el espacio público, entre mediados y fines de los ochenta, están vinculadas al escenario de represión implantado por el régimen de Febres Cordero, y al desmantelamiento de la institucionalidad local en manos de los Bucaram, en Guayaquil. En cambio, el feriado bancario decretado por Mahuad en marzo de 1999, la sustitución del sucre por el dólar y la consecuente migración masiva que acarreó la crisis, detonaron numerosas obras y proyectos de gran voltaje crítico a lo largo del país.
Poco después, Guayaquil fue el escenario de una verdadera asonada simbólica que, desde una diversidad de acciones y estrategias, puso al descubierto las notorias contradicciones de la “regeneración urbana” cuya agresiva política de higiene sociológica pretendía ocultar los inveterados problemas estructurales de la ciudad bajo el ornamento arquitectónico. El último episodio nacional capaz de generar numerosas y contundentes respuestas artísticas fue sin duda el “correato”, de verde y agridulce recordación.
Todas esas circunstancias históricas ocasionaron reacciones que, en su momento, interpelaron brillantemente el statu quo, y pusieron a prueba la competencia retórica de los artistas en sus maneras de representar los acontecimientos.
Tras el fragor de la batalla, hoy el panorama de las artes luce más reposado y parece haber reprogramado su agenda crítica a partir de las ficciones y narrativas “infraleves” de raigambre duchampiana, y un sinnúmero de tácticas alegóricas, vertientes en las que operan Manuela Ribadeneira, Ilich Castillo, Óscar Santillán, Estefanía Peñafiel, María José Argenzio, José Hidalgo-Anastacio, Adrián Balseca; o en el ámbito de las estéticas relacionales (los emplazamientos barriales propiciados por Tranvía Cero a través del Encuentro Al-Zurich, o el proyecto Brigada de Dibujantes, promovido por el ITAE).
Así mismo, cada vez cobran más importancia las exploraciones en la naturaleza a través de teorías y entornos de experimentación científico-tecnológica (Paúl Rosero, Juan Carlos León, Patricio Dalgo Toledo). Mención aparte merece ese diálogo poético y polémico con el paisaje urbano y natural, cuyos antecedentes están en la pintura de Ramiro Jácome, Carlos Rosero, Luigi Stornaiolo o Hernán Zúñiga, y algunos de sus continuadores más relevantes son Jorge Velarde, Pablo Cardoso, Patricio Palomeque, Geovanny Verdezoto, Luis Alberto Chenche, Natalia Espinosa, Gonzalo Vargas, David Santillán o Juana Córdova, que ha hecho de la playa un laboratorio personal. Sin olvidar las ciudades imaginarias y las arquitecturas interiores y posutópicas visionadas por Roberto Noboa, Dennys Navas o el malogrado Kelver Ax.
El filón crítico es el sustento del trabajo sobre etnografía y archivo, identidad y memoria colectiva, una de las vetas más fecundas del arte ecuatoriano, donde brillan otros nombres capitales: Marco Alvarado, José Luis Celi, Pepe Avilés, Miguel Alvear, Tomás Ochoa, Ñukanchik People, Stéfano Rubira, Fabiano Kueva, Saskia Calderón, Oswaldo Terreros, Pamela Cevallos, José Luis Macas, entre otros.
Por su parte, las estéticas apropiacionistas y autorreferenciales cumplen un rol estratégico en el cuestionamiento de los patrones culturales y los modelos institucionales: Marcelo Aguirre, Jorge Velarde, Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Patricio Ponce, Fernando Falconi, Saidel Brito, X. Andrade, Ricardo Coello, Noé Mayorga, son algunos destacados oficiantes de la cita culta y popular.
Las poéticas del cuerpo han jugado también un papel cardinal en la configuración de un discurso crítico en las artes, ya sea desde una perspectiva feminista, desde la celebración gozosa del deseo, la recreación de las emociones y los afectos o la rearticulación de la sintaxis corporal, fuera de toda normativa. En ese sentido, son referenciales los videoperformaces de Jenny Jaramillo, las esculturas e instalaciones de Larissa Marangoni, las tramas orgánicas de Janeth Méndez, las fábulas eróticas de Gabriela Chérrez, el experimento siamés de La Dupla, el trabajo sobre su propio cuerpo de María José Machado, las improntas dérmicas de Juliana Vidal y ese ejercicio gozoso de la diferencia y de la alteridad que han desplegado las acciones de Santiago Reyes y la pintura de Wilson Paccha.
El arte ecuatoriano siempre ha sabido estar a la altura de las circunstancias históricas, de nuestras demandas políticas y sociales más urgentes. Las nuevas generaciones tienen el reto de sostener esa vocación crítica.