Detrás de las puertas marrones, en el número S1-90 de la calle Venezuela en el Centro de Quito, vive un proyecto de arte contemporáneo que quiere abrirse camino hacia el mundo exterior. Una escalera de madera, techos altos y un retrato de pared a pared dan la bienvenida a este universo de colores y libertad. Seis amigos, que ocurre que son artistas, se juntaron en noviembre del 2009 para construir un espacio en el cual poder expresarse: la Casa S1-90. En este lugar se han unido colectivos con diferentes intereses, habilidades y preferencias para trabajar en función de un espacio. “Trabajar así nos da la posibilidad de que si algún integrante se va, este espacio siga generando”, dice Daniel León uno de los seis amigos/artistas.Pisos sonoros de madera y un olor particular a ‘libro viejo’ ponen al descubierto la trayectoria de la casa. La historia cuenta que el lugar tiene 100 años. “En los años 60, dicen que fue uno de los prostíbulos más ‘aniñados’, cuando la calle 24 de Mayo era un bulevar”, cuenta Diego Ledesma, uno de los fundadores de la Casa S1-90 de Prácticas Culturales, como la llaman oficialmente sus creadores.
El origen de esta morada de amplias habitaciones, enormes ventanales y un patio interno, reside en la necesidad que tuvieron estos artistas de expresarse. “Cada vez hay más artistas, pero a la vez hay pocos espacios institucionales que dan la oportunidad a gente como nosotros”, cuenta Patricio Ponce otro de los fundadores de la casa.
Para Daniel, el arte contemporáneo todavía no tiene un espacio legitimado aquí, la gente no tiene códigos de acceso a él aún; por eso la intención del colectivo es mostrar y alimentar su arte.
Situada a la altura de la calle La Ronda, la Casa S1-90 está rodeada de gente diversa y varios eventos, lo que da una apertura a que la casa capte diferentes tipos de públicos y gente interesada en diversa prácticas culturales, pues su idea es no asentarse en un circuito cerrado. El plan compartido es conocer gente que tenga otro tipo de intereses, que no llegue simplemente con la idea de comerciar su obra, sino que haya algo más. Que tenga un sustento ‘teórico’ para crear sus cosas, ya sean ecológicos, utilitarios o artísticos.
Lo que los seis jóvenes buscan con esta casa es tener un espacio abierto en el cual se brinde la oportunidad de trabajar a artistas que tengan propuestas y proyectos. La Casa S1-90 pretende ser una posición, un lugar que juegue entre las marginalidades, un espacio de diálogo y convivencia. Un lugar que trata de hacer que las personas reflexionen sobre lo creado y se pregunten qué es lo que se está generando.
“Queremos que sea un sitio que no nos delimite, pues ese el problema de algunos espacios”, dice Patricio Ponce, otro de los integrantes. “Queremos cumplir un sueño. Queremos hacer de este lugar un sitio para exponer, que sea un centro cultural”.
Este espacio, al igual que los colectivos ‘Cero Inspiración’ y ‘No Lugar’, nació de la propuesta de juntar artistas. “La idea es la de una minga: juntarse y trabajar”, dice Karina Cortez, una de las dos chicas del grupo.
En esta edificación antigua, de paredes agrietadas, funciona una dinámica especial de trabajo y convivencia. Tres de los seis chicos han hecho de esta casa su hogar. Cada uno asume o delega misiones para los proyectos artísticos que manejan. “Cada uno es un artista y además somos compañeros de casa”, dicen dos al mismo tiempo.
Es una dinámica interesante, cuenta Daniel. Aparte de las complicaciones artísticas y de creación, existe el problema de la convivencia. “Esta es una parte esencial porque eso hace que las cosas se produzcan como se producen; tomando en cuenta de que se puede trabajar las 24 horas del día”. La dinámica de compartir hace que la dinámica de la creación de los proyectos sea también diferente y única.
En definitiva, la Casa S1-90 encarna la idea de la convivencia, el trabajo y la alimentación artística diaria vividos día a día.