El poeta manabita Horacio Hidrovo Peñaherrera falleció ayer a los 81 años, en Portoviejo. Su obra literaria queda como invaluable aporte al mundo de la cultura de Manabí y el país. Hidrovo siempre soñó que un día la cultura dejaría de ser elitista y que a ella accedería la gente sencilla.
Este poeta nacido en Santa Ana de Vuelta Larga, maestro en el Colegio Olmedo de Portoviejo, siempre fue identificado como un luchador y caminador incansable. Le gustaba recorrer la campiña manabita a bordo del transporte popular o en el balde de una camioneta ranchera, esas que surcan los intrincados rincones de las montañas y ríos de su Manabí.
De cada uno de esos viajes obtuvo material para sus 22 libros de ensayos, novelas, estudios culturales, crónicas y poemas. El juglar, don Horacio, el vecino, el padre, el poeta, el promotor, el amigo, será un ejemplo para su familia y las futuras generaciones.
El refugio de Hidrovo, hacia donde llevó sus íntimos recuerdos, cuadros, artesanías de los países adonde viajó para contar a viva voz sobre la cultura de su Manabí, están en una casa entre los guaduales del recinto Sasay Adentro, en Santa Ana.
Las paredes, pisos y ventanas de caña guadúa picada con una cubierta de zinc fueron el sitio adonde llegaba los fines de semana en busca de tranquilidad y un contacto directo con la naturaleza. Le gustaba cruzar el río por un puente construido con madera y cuerdas de acero. El sonido de los guaduales chocando entre sí rompe la monotonía.
Allí compartió espacios con sus amigos escritores como Eduardo Galeano y Jorge Amado; o los ecuatorianos Demetrio Aguilera Malta, Hugo Mayo, Jorge Icaza y Euler Granda.
El legado poético, su pasión por la música, el cine, las tradiciones y leyendas de Manabí no se fueron con él, se quedan para recordar a las futuras generaciones que la cultura está allí y es para todos.