En 1930, el libanés Pablo Lemarie contrató la construcción del teatro que lleva su nombre; 80 años después, el edificio se ha convertido en un ícono histórico de la capital de Carchi.
Desde 1934, en que abrió sus puertas como sala de cine y teatro se transformó en el nexo de los habitantes de Tulcán con el mundo.
fakeFCKRemove“La gente disfrutó en este escenario de los mejores estrenos. Este era el lugar obligado de los tulcaneños para terminar el día”. Así lo recuerda Bolívar Ordóñez, quien fue, durante 18 años, el encargado de proyectar las cintas cinematográficas, que llegaban en carretes metálicos desde México y EE.UU. “Entre luneta, galería y palco había capacidad para 500 personas”.
Hoy a sus 52 años de edad está feliz al saber que el edificio de estilo neoclásico, cuyas puertas de madera están cerradas al séptimo arte desde 1989, será restaurado. El objetivo es transformarlo en un espacio dedicado al arte y la cultura, de acuerdo al plan de Regeneración Urbana de Tulcán.
La fachada de este edificio de dos plantas es lo más representativo de este monumento. Según el historiador Luis Vásquez, en las paredes hay mucha información que refleja las corrientes del pensamiento de aquella época. “Hay símbolos de la masonería en torno a la sabiduría, el liderazgo y el poder”.
Se refiere a figuras como dos sirenas que portan un arpa y un violín y que resaltan en la cima del teatro de dos plantas. “Al parecer, Pablo Lemarie pensaba que desde las artes y la cotidianidad se podían sembrar el saber y el conocimiento en la población”, reflexiona.
A pesar de los años, la polilla y la humedad, que han deteriorado el 80% de la estructura del teatro, no han podido corroer la fachada de piedra y los bloques de adobe. Estos materiales que fueron unidos con cal, melaza y paja, como dictaba la tecnología de inicios del siglo anterior, siguen firmes.
Una investigación histórica, realizada por el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), da cuenta que la planta baja del teatro Lemarie fue construida con piedras labradas, de forma rectangular, traídas desde Imbabura.
“Las rocas estaban numeradas y fueron hechas con tanta precisión que calzaban unas con otras sin ningún problema”. En las paredes de adobe de la segunda planta, entre tanto, resaltan los adornos de yeso que fueron diseñados por artesanos de San Antonio de Ibarra. Todos esos detalles pesaron para que el teatro Lemarie sea declarado parte del inventario general nacional de patrimonio.
La llegada de la televisión por cable, el VHS y el DVD condenaron a muerte al legendario escenario, donde los tulcaneños solían disfrutar del séptimo arte. “Luego se transformó en una discoteca y finalmente en una sala de billar, hasta que el Municipio de Tulcán lo compró”, comenta Ordóñez.
Efectivamente, el Cabildo adquirió, hace un par de meses, el teatro que junto al Mercado Central de Tulcán están considerados íconos patrimoniales de la capital carchense. Y por ello serán rehabilitados.
Según Vásquez, la importancia del mercado radica en su arquitectura vernácula y su característica de guardián de los saberes populares.
El mercado es una edificación levantada en torno a un patio central, con paredes de adobe, de formas simples y discretas, y techos cubiertos de teja, típico de las construcciones de la Serranía. El área total de este centro comercial es de 3 225 m², en donde se ubican 160 puestos de venta.
Los registros históricos señalan que el Mercado Central se levantó entre 1928 y 1935, tras el violento terremoto de 1926 que arrasó la ciudad de Tulcán. Primero se edificó un ala, ubicada frente a la calle Bolívar (ex calle Real). Posteriormente se construyeron las otras alas frente a la calle Boyacá y Sucre.
Según Víctor Hugo Arias, jefe de la Unidad de Desarrollo y Proyectos del Municipio de Tulcán, la rehabilitación de estos dos edificios costará USD 2,5 millones. “El 60% del financiamiento corresponde a un crédito que concede al Banco del Estado al Municipio de Tulcán y el 40% a un aporte del Ministerio Coordinador de Patrimonio y el INPC”.
El miércoles pasado se oficializó, en la capital de Carchi, el acuerdo con la presentación del plan Vive Patrimonio, impulsado por el Gobierno.
Entre los involucrados están comerciantes organizados en la asociación 20 de Abril, quienes aceptaron ser reubicados en el estadio Quillasinga, durante los 17 meses que dure la restauración. Según Hugo Montenegro, presidente del gremio, los comerciantes han sido los guardianes de este edificio patrimonial. “Hace 10 años se intentó derrocarlo como se ha hecho con muchos edificios históricos, pero nosotros decidimos protegerlo”.
“No hay duda de que en espacios como estos se mantienen viva la cultura de Pasto”, asegura el historiador Luis Vásquez.
“En el mercado, por ejemplo, sobreviven las comidas tradicionales de Carchi como el hornado pastuso y el cumbalazo (una bebida elaborada con limón, tamarindo o piña con hielos traídos desde el cerro Cumbal), que según la gente curan todas las enfermedades”.
Para Julio Robles, alcalde de Tulcán, la rehabilitación de estos dos edificios abrirá la posibilidad de mejorar la infraestructura mediante patrimonios vivos. Es decir, edificios funcionales que mantengan el sentido para el que fueron creados.