Casi dos décadas me ha tomado disfrutar la literatura de Borges, desde la primera vez que abrÑEl Aleph’ en la biblioteca de mi padre, cuando tenÃa 10 años. Un libro de preciosa edición de 1969 que aún conservo y que forma parte ahora de mi biblioteca personal.
Borges afirmaba que un libro no debe requerir esfuerzo porque la felicidad no requiere de esfuerzo, pero el universo sÃ, por lo menos el universo borgeano requiere de capacidad, de lecturas previas, de entender al mismo Borges y sus laberintos. Ahà está el disfrute de su obra. Leo con detenimiento el ‘Laberinto de Babel’, y descubro el origen del universo condensado en una biblioteca de extrañas formas geométricas. Llena de palabras y pasadizos mentales y conjeturas, aquello que llamamos FilosofÃa.
Los tanteos literarios para Borges se consolidan en ‘Ficciones’ (1944), cuentos como Pierre Menard, que tanto gusta a su viuda MarÃa Kodama o La biblioteca de Babel y su inicio magistral. El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerÃas hexagonales, con vastos pozos de ventilación.
De regreso al viejo libro de mi padre a ese Aleph, me maravillo con la construcción matemática del caos, narrada en el cuento que da nombre al libro. En el cuento, Carlos Argentino Daneri descubre a Borges su secreto, le presenta el Aleph, un diminuto aparato de apenas centÃmetros de diámetro por el cual el propio autor podrá observar todo el universo al mismo tiempo.
En ‘El Aleph’, la construcción del universo borgeano es total y cabe en una página. Por el contrario, en el cuento El libro de arena (1975), el universo borgeano es infinito y está aprisionado en un extraño libro, que llega a manos del autor a través de un extraño emisario. Un dÃa alguien toca la puerta y al abrirla sin querer se abre otra puerta como un juego inacabable, de múltiples posibilidades. Desde 1944 hasta 1975, la obra de Borges transcurre en un mar de intertextualidades arraigadas en sus cuentos, poemas y ensayos. En 1969, mi padre compra ‘El Aleph’, en alguna librerÃa de la ciudad de Quito, sin conocer que aquella obra contenÃa el universo. Al igual que Borges lo hiciera en el cuento El libro de arena, mi padre abandona el libro en una biblioteca y quizás le pierde el rastro a propósito.