‘Si pones juntos 50 belenes de valor histórico, el de ‘las carboneras’ resalta enseguida. Es único y hermoso”, dice el historiador Juan Carlos González.
Casi escondido entre rejas, y sobriamente iluminado, se encuentra una de las joyas de Madrid. Está en la iglesia del Corpus Christi, en el convento de clausura de las monjas jerónimas -llamadas carboneras- y es un pesebre de la Escuela Quiteña.
Data, según las religiosas, de finales del siglo XVI y principios del XVII. y está allí desde la fundación del monasterio en 1605. Un verdadero tesoro que se incluye en la selecta ruta recomendada de nacimientos -no más de cinco-, cuya visita es una actividad muy importante entre locales y foráneos en esta época.
Es único porque se distingue de los dos tipos de belenes tradicionales españoles, el hebreo y el napolitano. Su origen es colonial, y su estilo es barroco, con reminiscencias de la escuela sevillana. Algo nada extraño, ya que los primeros evangelizadores que partieron a América procedían de Andalucía. “Era muy común que vinieran nacimientos coloniales y se instalaran aquí como regalo u ofrenda, al igual que partieron de España muchos hacia América”, dice la historiadora María Dolores Vila, estudiosa de esta expresión.
El belén quiteño también es singular, pues cuenta con dos figuras que desaparecieron hace siglos de los pesebres ibéricos: el Heraldo y el Caballero de la Estrella. El primero, montado sobre un caballo y con una pequeña trompeta, era un personaje real del siglo XVII que anunciaba la llegada de visitantes ilustres a la ciudad. Aquí advierte la llegada del Rey de Reyes. El segundo es un ángel, quien porta la estrella que guía a los Reyes Magos. El pesebre es de madera policromada y estofada con la técnica del pulimento, y representa los misterios del Nacimiento y la Epifanía. Las figuras parecen estar en movimiento; basta ver las manos de María y José. Y destaca la diferencia de tamaño de estos y del Niño en relación a las otras figuras. Con ello se intenta centrar la atención en los personajes principales. También es llamativa la presencia de granadas de tamaño real, símbolo de la fertilidad.
Vila sitúa su origen en una fecha posterior a la que aducen las religiosas. Lo hace basada en el sombrero del Heraldo. “Ese tricornio se usaba en el último tercio del XVII, y el personaje viste la moda del reinado de Carlos II”, explica.
Según la experta, en los rostros se percibe un halo indígena. No son españoles, aunque la piel sea blanca. “Este belén es un producto mixto, candoroso y preciosísimo, que debemos guardar como un verdadero tesoro”, añade Vila. Para ella, el hecho de que esté ubicado en la parte de atrás de la iglesia y entre rejas “es uno de sus encantos, porque le añade misterio”.
Otra tesis relaciona al hombre de la trompeta con el personaje del siglo de oro español -período de auge artístico- que anunciaba el inicio de las obras teatrales y los cambios de acto. El belén quiteño estaría montado como una escena. “Esa manera de representar empatizaba con los espectadores, porque les acerca de un modo teatral al nacimiento de Cristo”, sostiene el historiador González.