Gerardo Mosquera es curador, crítico e historiador de arte. Fundador de las bienales de La Habana.
¿Se cumplieron los objetivos de la curaduría?
Estoy muy satisfecho con los resultados, por lo que hicieron los artistas, quienes respondieron al desafío; pero particularmente por la respuesta popular que tuvo el proyecto (65 000 visitantes). Basta ver las fotos del catálogo para ver la interacción de la gente con las obras; hubo un impacto en la ciudad. Fue un éxito artístico y, como curador, rescato el éxito en la comunicación: no fue una exposición dentro de un cubo blanco, dirigido a especialistas; sino en la calle, en lugares populares y con una respuesta impresionante.
¿Qué tanto aportó al arte contemporáneo en el país?
Va a ser un parte aguas en la recepción del arte contemporáneo y en la actitud hacia él. Lo digo por lo logrado por los artistas y los organizadores; se ha visto que el arte contemporáneo no muerde, sino que dice cosas, que de él se puede discutir, aprender, disfrutar estéticamente. No digo que no haya habido esfuerzos y una práctica, pero esperamos que se abra más. ACPQ, por su carácter, significó un giro.
¿Cómo les fue a los artistas ecuatorianos?
Jugaron en las grandes ligas y lo hicieron muy bien. La obra de Pablo Cardoso fue una de las más sutiles y poéticas.
¿El impacto de ACPQ fue relevante en la región?
Fue más allá de eso. Esto solo se había hecho en Córdoba, España, que fue antecedente de este proyecto de arte en los patios, no usándolos como espacios de exposición, sino articulándolos dentro de la obra, del contenido cultural, histórico y estético. Su impacto fue a escala mundial.
¿Qué aspectos diferenciaron a Quito de Córdoba?
Allá era la tradición del patio cordobés, privado y profusamente decorado con plantas en un ambiente barroco único. En Quito, los patios son austeros y otros son de enormes dimensiones, como el de San Agustín. Lo interesante es que el contexto es muy activo, las exposiciones en el cubo blanco pueden ser lo mismo en cualquier parte del mundo. Aquí, el artista reacciona y juega con el carácter de cada patio, articula la construcción de sentido artístico sobre esa base.
Hubo diálogo con las dinámicas actuales del arte…
No solo diálogo sino que avanzó en las inclinaciones de poner arte en espacios públicos.
Si la mayor relación con el visitante define las dinámicas actuales, ¿figuras anteriores (el salón o la galería) pierden valor?
No, son distintas. Las galerías y museos tienen su rol a cumplir y albergan obras con su propio carácter. No hay que pensar bipolarmente, una cosa no elimina a la otra. Como curador me interesa más trabajar el contacto con el público; no solo con los visitantes, sino con la gente en los patios, como el caso de Miguel Alvear y los artesanos del Patio de los pecadores, que fue paradigmático, una obra viva.
En el público, ACPQ generó pensamiento alrededor del arte, ¿qué en cuanto a la reflexión teórica?
Primero, la cuestión de arte y comunicación, pues demostró la capacidad comunicativa del arte contemporáneo en contraste con su carácter más elitista (resultado de su sofisticación y especialización). Otra cosa es la relación arte–contexto, o sea el arte como activador de un momento y un lugar. Ninguna de las 10 obras tiene sentido fuera del patio, pues su mensaje alcanzaría otras significaciones.
¿Qué quedaría pendiente en el proyecto ACPQ?
Una cuestión de continuar… Se debería aprovechar el impulso. La cultura se construye a través de capas y continuidades. El Ecuador es uno de los países menos desarrollados de América Latina en cuanto a una práctica artística contemporánea. Se han hecho cosas, hay artistas, críticos, galerías y curadores muy buenos, tiene una de las bienales más importantes de la región (Cuenca). Pero hay una mentalidad un tanto reticente, que no acaba de dar el salto hacia adelante y colocarse al nivel de otros países. Repito, se han hecho muchas cosas excelentes, pero en mi opinión están por debajo de las capacidades del país.
¿Cuáles serían las acciones para dar continuidad?
La publicación del catálogo y el documental van en esa dirección, no se quedó en la exposición, sino que la comunicación continúa progresando. El documental de José Guayasamín no es un frío registro, es una obra de autor, con mucha creatividad y música original.
Si bien hubo apoyo del ex Fonsal, ACPQ fue un esfuerzo de entidades privadas, ¿qué lectura merece esto?
Creo mucho en el sector privado, en lo que se puede hacer desde allí, más en nuestros países, con mucha burocracia y donde el trabajo con el arte está amarrado por cuestiones políticas. El sector privado debería invertir en cultura; esta inversión además de aportar en la elevación del nivel cultural educativo, beneficia financieramente, pues construye consumidores. Estoy satisfecho con el trabajo de Grupo EL COMERCIO y cómo aglutinó a otros sectores en un proyecto muy complejo, un proyecto de ‘tres patas’: la muestra, el catálogo y el documental.