Tiene 59 años, tres hijos, cinco nietos, diabetes, hipertensión y todos los viernes se va de baile. No hay un solo fin de semana que Carmen Armijos no sacuda el cuerpo junto a su grupo de amigas. Para ella, el viernes es un día sagrado.
Escucha el ritmo de la música y empieza a mover la punta del pie. A Carmen siempre le gustó bailar, pero solo lo hacía en las fogatas (cuando era joven), y en las peñas y discotecas ya de adulta. Nunca pensó que podría volver a disfrutar del chachachá en un parque.
Cuando el médico le diagnosticó que tenía la presión alta, hace cinco años, le dijo que si no hacía ejercicio moriría. Fue así de directo. Por varios años caminó todas las mañanas en el Bicentenario, hasta que un día escuchó el retumbar de un parlante en el sector de los Bomberos y vio que un grupo de personas se divertía. Ese mismo momento se unió al grupo. Desde entonces, no ha parado de bailar.
El ritmo que Paúl Jayo, de 28 años (mejor conocido como Paúl Latino) transmite a sus alumnos es vibrante. Sobre una tarima mueve la cadera, da vueltas, sacude los hombros y hace sudar y bailar hasta al alumno más tieso.
El Bicentenario es uno de los parques donde la bailoterapia cobra vida las mañanas. Paúl, quien baila desde los 20 años, da clases los lunes y viernes a partir de las 07:00. Unas 70 personas asisten en distintos grupos. Bailan incluso cuando llueve.
Casi todas sus alumnas son mujeres de 35 años en adelante. Pero también hay uno que otro hombre. La mayor de sus chicas tiene 70 años, y bailan más que por salud por un poco de diversión.
Paúl recuerda que cuando era joven acompañaba a su mamá al gimnasio, y mientras ella bailaba él hacía máquinas. Pero un día, ella lo convenció de entrar a la pista. Desde entonces no ha parado.
Su maestro fue Jorgito Congo. Él le mostró que, al contrario de lo que se cree, los hombres también tienen ‘swing’. Paúl baila en Frevo Dance Studio, y da clases también al aire libre en La Pampa de Calderón, los martes y sábados.
Como sus alumnas de ese lugar son más jóvenes, les exige más. Tiene bailarinas desde los 9 años, hasta los 45. Pero también asiste una que otra integrante de la tercera edad con gran energía.
Asegura que lo más lindo de dar clases en los parques es el cariño de la gente. Además, en época de pandemia, bailar en espacios abiertos es más seguro. Las personas se ubican a más de dos metros de distancia, llevan su alcohol, su toalla, y no existe contacto físico alguno en el lugar.
El parque Inglés también se ha convertido en escenario indispensable para quienes llevan el ritmo en la sangre a toda edad. Ricardo Sosa, de 31 años, trajo el sabor del meneo esmeraldeño a Quito. Es instructor de Zumba Fitness, y desde hace 10 años baila junto a un grupo de mujeres adultas y pocos hombres en San Carlos.
Antes de la pandemia, en fin de semana llegaban más de 50 personas; ahora son 30. También asisten los martes y los jueves. El parlante empieza a sonar a las 06:00. La más joven de sus alumnas tiene 30 años, el mayor, 86. Don Jorgito Villacís baila desde hace 10 años y es de los que no se pierde una clase por ningún motivo.
Ricardo bailó marimba desde los 8 hasta los 18 años. Cuando llegó a Quito se preparó para ser profesor de aeróbicos y baile. El baile es su vida y a través de esos movimientos puede transmitir lo que es. Termina un set, y sus alumnas se emocionan, le aplauden. En sus clases suena música nacional, pero también reguetón. Bailan salsa, merengue y a veces hacen ejercicio localizado.
La dinámica en estos espacios abiertos es que cada participante colabora con un dólar para pagar al instructor. Luego de 60 minutos, todos terminan colorados, renovados y se van con una sonrisa.
El instructor Ricardo Sosa, de 31 años, es oriundo de Esmeraldas. En sus clases enseña todo tipo de ritmos, incluida la música nacional.
Texto: Evelyn Jácome
Fotos: Julio Estrella