Familiares directos del revolucionario Emiliano Zapata colocan un sombrero al Presidente de México, durante su rueda de prensa matutina en el Palacio Nacional, el viernes 11. Foto: EFE
En su tercera y última campaña electoral para la Presidencia de México por parte de Manuel López Obrador (AMLO), no hubo precisión en el discurso ni tampoco en el plan de gobierno sobre la política exterior, cuando en muchos casos, esta se convierte en la proyección de la política interna en varios estados.
Durante los tramos más importantes de la contienda proselitista, el experimentado político privilegió los asuntos internos relacionados con la seguridad, el sistema de administración de justicia, la galopante corrupción de la administración saliente, la relación entre lo público y lo privado, la impunidad en los casos de transgresión de los derechos humanos como la desaparición de los 43 de Ayotzinapa y las consecuencias latentes del narcoestado. En los debates televisados, AMLO capeó las críticas de sus adversarios, y se dedicó a convencer a la población para que vote por él, antes que caer en la confrontación con sus colegas de papeleta.
Y aunque la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca agitó el avispero en la mayoría de la clase política mexicana, debido a las declaraciones ácidas del magnate acerca de los migrantes y la idea de construir un muro en la frontera, actualizando la Guerra Fría en una versión posmoderna, no causó un mayor efecto en él. Nunca perdió los papeles, mantuvo su centro emocional, y más bien trató de armonizar su postura (políticamente correcta) en la búsqueda de acuerdos más pragmáticos con los Estados Unidos en el sentido de llevar a cabo planes económicos que dinamizaran la oferta de trabajo en México, las inversiones del coloso del norte, y así evitar el éxodo histórico bajo el falso membrete de sueño americano. Quiso precautelar el comportamiento de los mercados y desmarcarse de un discurso radical de izquierda, como lo hicieron en su momento los líderes del socialismo del siglo XXI.
A modo de referencia, el presidente saliente, Enrique Peña Nieto, se había reunido con Trump inmediatamente de que éste fuera electo, tratando de capear el mal temporal, pero al otro lado las aguas se fueron enturbiando, pues el exmandatario Vicente Fox y un conjunto de personalidades de distintos sectores habían hecho públicas sus manifestaciones de rechazo al vecino del norte y a la política de movilidad de los más radicales republicanos.
El nacionalismo se exacerbó, pero AMLO no cayó en la polarización y más bien se dedicó a perfeccionar su campaña, pues sería su última oportunidad de llegar al poder después de mantener su vigencia como político y también como líder de un segmento muy importante de la población después de dos derrotas consecutivas, en un país en donde se gobierna por seis años y no existe la posibilidad de reelección.
Pese a que AMLO le hizo el quite a Trump, este aspecto es ineludible para cualquier aspirante a presidente de México, porque el principal socio comercial son los Estados Unidos: hay un tratado comercial que condiciona su economía y envía históricamente el mayor número de migrantes al norte de forma legal e ilegal, además de una herida abierta por el territorio.
AMLO se juega por el diálogo con el ‘Imperio’ y pretende hacer una política de ganar-ganar sin agitar el avispero dentro o fuera del país. Su apuesta sigue siendo la construcción del México de la nostálgica Revolución con un gran componente de reivindicaciones sociales y universos simbólicos que le colocan en el espectro ideológico de la izquierda, aunque en su pasado los primeros pasos provienen de la militancia en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), luego en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y finalmente en el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
AMLO no fue ni es elocuente cuando se refiere a su relación con los países de América Latina. Esta situación no es particular de él, pues ha sido la conducta regular de varios presidentes. Los mexicanos prefieren mirarse a sí mismos, pero les encanta pasear su nacionalismo mediante las industrias culturales como las novelas, la música y la comida, sin perder de vista las inversiones que hace Carlos Slim en varios países en el negocio de las telecomunicaciones. Es decir, no sería extraño que López Obrador deje grandes márgenes de maniobra a los empresarios en la región, pero hasta ahí nomás.
Se ve muy lejana la idea de que Brasil y México hagan alianzas en pro de una integración a largo plazo cuando la Unasur se desploma, emerge con fuerza el Grupo de Lima y la alianza entre los países de la Alianza del Pacífico cobra mayor fuerza y envergadura.
En cuanto a la postura de México sobre Venezuela, el gobierno de AMLO optó por la no injerencia al desmarcarse de la Declaración del Grupo de Lima, con la idea -como lo hace Uruguay y quizá Ecuador– de agotar el diálogo entre los diferentes actores y apostar por la reinstitucionalización, sin asfixiar aún más al país caribeño.
A simple vista, el Presidente mexicano juega tibiamente con los grandes, medianos y pequeños. Lo hizo con Trump y ahora repite con Maduro. Seguirá siendo su prioridad la casa adentro. Todo haría pensar que López Obrador no quiere jugar a la conformación de bloques en la región, en donde claramente hay una configuración de países que optaron por la democracia liberal, el libre mercado y la globalización económica como ruta, como Colombia, Chile, Perú, Argentina, Paraguay, Brasil.
Por las primeras actuaciones de Bolsonaro y de López Obrador, se podría observar que los dos van por sendas distintas, pese a contar en sus países con problemáticas similares, como la difícil situación económica, la inseguridad interna, el descrédito de la clase política y el reordenamiento de las fuerzas mundiales con gobiernos que giran más hacia la derecha. Habría que analizar si los dos son pragmáticos, en el sentido de ganar y acumular capital político con acciones de gran alcance con el electorado y así concluir un ciclo de transición en los dos países, el uno marcado por el desmoronamiento del Partido de los Trabajadores por la falta de sucesor y el otro por las derrotas del PRI y la derecha del Partido Acción Nacional (PAN).
*Politólogo