Donald Trump, ganó la presidencia del país más poderoso del planeta con su lema: ‘Estados Unidos primero’. Foto: AFP
El 14 de agosto de 1941, en medio de la Segunda Guerra Mundial y la amenaza del nazismo, los líderes de Estados Unidos e Inglaterra se reunieron en algún lugar del Atlántico para sentar las bases de lo que más tarde se conocería como el nuevo orden mundial.
Ese día de agosto, el presidente Franklin Roosevelt y el primer ministro Winston Churchill emitieron una declaración conjunta con una serie de principios para lograr un mundo mejor. Estos principios podían ser adoptados por cualquier país que creyera en ellos. Fueron escritos en un documento bautizado por la historia como la Carta del Atlántico.
Su contenido ganó respaldo mundial, al punto que en 1945 sustentó la creación de las Naciones Unidas, la máxima expresión del multilateralismo. El principal objetivo de la Carta del Atlántico era evitar una nueva guerra mundial, para lo cual no solo había que asegurar la paz, la justicia, la igualdad o la libertad, sino también la prosperidad económica de todos los países.
Entre los puntos de la Carta del Atlántico se hacía referencia a la colaboración entre las naciones, a fin de que todas consigan mejores condiciones de trabajo, progreso económico y seguridad social.
Desde entonces, la paz mundial quedó conectada con el desarrollo y la cooperación económica, para lo cual también fue necesario crear nuevas instituciones multilaterales, con el objetivo de garantizar la estabilidad financiera en el mundo, impulsar el desarrollo económico y facilitar el intercambio comercial.
Para alcanzar esos objetivos se crearon, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el GATT. Esta última se convertiría décadas más tarde en la Organización Mundial de Comercio (OMC).
Se puede decir que las normas mundiales sobre las cuales descansa el actual sistema económico multilateral nacieron a mediados de la década de 1940, como una reacción a la Segunda Guerra Mundial.
Los organismos multilaterales que se crearon en ese entonces, así como los que nacieron en los años posteriores, han funcionado bajo los mismos principios: cooperación, respeto al derecho internacional, tolerancia y búsqueda de soluciones en base a la diplomacia y la negociación.
Pero esos principios no siempre se han cumplido. Los intereses económicos, políticos, ideológicos o militares suelen jugar en contra del multilateralismo.
El ejemplo más reciente es Donald Trump, quien ganó la presidencia del país más poderoso del planeta con su lema: ‘Estados Unidos primero’. Esa promesa de campaña se tradujo en una política exterior dedicada a cortar lazos con los entes multilaterales vigentes y a sepultar otros que estaban en proceso de gestación.
Al poco tiempo de asumir el poder, Trump canceló la participación de su país en el Tratado Transpacífico (TTP), que prometía ser el pacto comercial más importante del mundo. Luego se retiró del Acuerdo de París sobre el cambio climático, se salió de la Unesco, amenazó con cancelar el tratado de libre comercio con México y Canadá (Nafta) y recientemente está en una guerra comercial con China.
En septiembre del 2017, Trump lideró una ofensiva para reformar la administración de las Naciones Unidas, a la que acusó de burocrática y sin resultados. También se lanzó contra la OTAN, a la que calificó de “obsoleta” y de muy costosa para los estadounidenses.
Y en marzo pasado, con el anuncio de aplicar mayores aranceles a la importación de aluminio y acero, se alejó de los principios de la OMC, a la que consideró un “desastre”.
La política nacionalista de Trump es la antítesis del multilateralismo, pues desconoce las normas del derecho internacional y los acuerdos negociados. Algo similar se podría esperar de los nacionalismos que han proliferado en Italia, Austria, Suecia, Francia o Gran Bretaña. En este último terminó con su salida de la Unión Europea (Brexit).
En el caso de Estados Unidos, sin embargo, el problema del nacionalismo es mayor, pues se trata de la economía más grande del planeta, la que más vende y compra al mundo, la que puede hacer tambalear el nuevo orden mundial. Pero se debe recordar que los organismos multilaterales ya pasaban por una crisis antes de Trump. La ONU ha sido poco efectiva en dar soluciones a las crisis en Siria o en Venezuela. Tampoco ha conseguido acuerdos sobre los fenómenos migratorios.
Y no hay que olvidar la crisis económica del 2008, que dejó ver las limitaciones del FMI, del Banco Mundial o de la OMC, cuyas estructuras demoran la solución de problemas. La OMC, por ejemplo, no ha podido avanzar en la liberación del comercio desde el 2001 y se ha dedicado a administrar los acuerdos vigentes.
El director de la OMC, Roberto Acevedo, reconoció la semana pasada que el sistema de comercio mundial necesita reformas, y pronto. Pero advirtió que la tentación del unilateralismo de Trump es un gran riesgo para la economía global.
La directora del FMI, Christine Lagarde, dijo esta semana que las disputas comerciales subrayan la necesidad de reformar el sistema de comercio mundial para mejorarlo y hacerlo más justo para todas las naciones. Pero “eso significa arreglar el sistema juntos, no romperlo”.
Desde hace un par de años, el FMI viene hablando de un nuevo multilateralismo para el siglo XXI, que pasa por un compromiso renovado con la apertura económica y los beneficios del comercio y la inversión extranjera. También pasa por fortalecer la cooperación internacional, impulsar la inclusión, propender a la mayor igualdad, más oportunidades para la mujer, etc.
Los principios de este nuevo multilateralismo son similares a los que se definieron en la Carta del Atlántico de 1941, pero ahora necesita de líderes que logren concretarlos.