Puerto Príncipe, AFP
El primer ministro, Jean-Max Bellerive, ya no puede recibirlos pero les abrió sus puertas: desde hace diez días, cerca de un millar de haitianos viven en los jardines del palacio tras el sismo que sepultó sus casas.
“Estoy orgulloso de que el primer ministro abriera las puertas del jardín, pero también siento un poco de tristeza”, explica a la AFP Léon Frantz, un joven doctor que perdió su casa pero que cada día acude al palacio para ayudar en las tareas de distribución de medicamentos.
La escena parece surgir de un pasado olvidado en Haití, la primera república independiente de América Latina, surgida de las cenizas de una revuelta de esclavos.
En lo alto de la pequeña colina, un palacio blanco de tejas rojas, de estilo colonial, aunque construido en los años 40.
A los pies, en un jardín que era un oasis de césped en la caótica Puerto Príncipe, ahora reina un mar de toldos de plástico azules y blancos.
El palacio está cerrado por peligro de derrumbe. Dentro se rompió valiosa vajilla de época, se cayeron los cuadros, las paredes se agrietaron como si fueran de arcilla.
En el patio de la entrada, el jefe del gabinete del primer ministro, Juvé Hervé Day, se dispone a pasar una noche más dentro de su coche.
“Antes de ir a dormir me paseo para escuchar sus quejas” , dice el alto funcionario, señalando la marabunta de personas que transportan agua, que cocinan bajo los toldos, que plantan sus precarias tiendas en cualquier lado.
El alto funcionario está rodeado de guardias de seguridad, pero cualquier acto desesperado podría acabar rápidamente en un drama.
Todo lo contrario, asegura el alto funcionario. “Hay un perímetro (de seguridad) y lo respetan”, dice.
“El mismo día del sismo abrimos los espacios abiertos a la población ” para que pudieran refugiarse, explica, y desde entonces no hubo ningún incidente.
El palacio presidencial, en pleno centro de la ciudad, quedó totalmente dañado y su césped ha sido utilizado como pista de aterrizaje para los helicópteros.
La casa del jefe de gabinete resistió el sismo, pero Day decidió, junto al secretario general del gabinete, vigilar cada noche el palacio.
“No quiero parecer quijotesco, pero estoy dispuesto a quedarme el tiempo que haga falta” , asegura.
El consejo de ministros haitiano se celebra en una comisaría al lado del aeropuerto. La sensación de precariedad es más aparente que nunca en Haití, un país con instituciones crónicamente inestables.
Una distribución de mantas a cargo de la Cruz Roja provoca empujones y gritos en los jardines del palacio.
Melie Laventin tiene 40 años y cinco hijos, el más pequeño de seis meses. Perdió su hogar no muy lejos del palacio, y vino inmediatamente con su marido, sin una razón especial.
Melie nunca puso los pies antes en la Primatura (oficinas del primer ministro) ni piensa hacerlo después de este drama.
“Solo quiero que nos saquen de aquí, quiero salir de Puerto Príncipe”, dice.
Su marido no tiene trabajo, no tiene con qué pagar billetes para la familia. “ No sé adónde ir ” , añade.
Darius Jeanlevy trabaja como guardia de seguridad en la casa de un miembro de la embajada estadounidense. Dice que su casa, en un barrio no muy lejano, quedó en pie, pero que el susto para su familia fue tan grande que se mudó a los jardines de la Primatura.
“No me siento orgulloso, esta no es mi casa”, dice.
En cuanto pueda mandará a los niños al interior del país. No cree que el sismo haya acabado aún.
“La tierra aún tiembla por aquí”, dice.
Al menos 500 000 habitantes de la capital perdieron su hogar en el sismo del 12 de enero, según cálculos provisionales.