El Municipio ha recuperado el tema del tráfico. Años de desidia han permitido que una ciudad que fuera para vivir se haya convertido en intransitable. Omisiones compartidas con una Policía ineficiente han impedido una racionalización de los semáforos. Se dice, como excusa, que hay dos redes, una municipal y otra policial, manejadas por dos cabezas incapaces de comunicarse. El sentido común indica que ese debe ser un problema solucionable con medidas técnicas. Lo que no se explica es por qué Quito cuenta con tal número de semáforos que obstaculizan la movilidad de los vehículos. Con imponer un poco de orden a los conductores del transporte público, que son los amos de las calles, se aliviaría la congestión. Pero ello requiere someterlos a normas y que los guardias uniformados se hagan respetar, en lugar de encubrir las infracciones.
Nada se ha hecho para impulsar el desarrollo de estacionamientos públicos y privados, para evitar los estacionamientos en doble fila y a los dos costados de las vías.
¿No se podría fijar un horario para que los camiones carguen y descarguen en las obras en construcción? Y vigilar para que las calles no sean depósito de materiales. Tampoco se ha tomado medida alguna para eliminar rotondas que causan embotellamientos.
Y tan importante como todo lo anterior, una policía especializada que controle y que sea activa, en lugar de mirar al cielo y sonar un pito de cuando en vez.
Se pone como pretexto que el número de automóviles ha rebasado las posibles soluciones. Pero no se piensa que ese fenómeno es el resultado de un ineficiente servicio público y de la mejor condición económica de un sector social que, gracias a la dolarización, hoy puede adquirir su automotor. Este pobre argumento equivale a sostener que la atención en los hospitales es pésima porque han aumentado los enfermos o que la educación es deficiente porque hay más niños en edad escolar que antes. ¿Qué se ha hecho para facilitar el acceso a los valles? Ni siquiera se pintan las líneas divisorias entre los dos carriles.
De aquí a poco los muchos miles de personas que viven en Cumbayá y Tumbaco quedarán aislados. Entonces se dirá que la culpa la tiene el crecimiento desmedido de la población suburbana. Para eso están el Estado y los municipios para prever y aplicar oportunos arbitrios que eviten futuros males.
Todas estas soluciones requieren esfuerzo, planificación y presupuesto, por eso es más fácil proponer el pico y placa, en una ciudad que carece de transporte público y menos en las rutas oriente-occidente, castigándose a las personas que viven en los extramuros y que usan sus propios vehículos para llegar puntuales al trabajo.
Otra vez Ayuntamiento sin ciudadanos: todo ha cambiado para que nada cambie, como diría Lampedusa.