La lucha política se expresa en doble vía: por un lado desde la senda de aquellos que sustentan el poder y, por otra parte, desde la orilla de quienes confrontan al estatus quo. En esta asimetría, unos y otros, con la intención de obtener el predominio de sus perspectivas, pueden evadir las representaciones institucionales. Cuando aquello ocurre, la pugna posee el riesgo de transitar por el atajo impropio de exterminar a los adversarios para imponer los arquetipos estructurales que patrocinan.
Es lo que predomina en la cultura de masas. Todo viene encapsulado, en pequeñas dosis, con minúsculos contenidos que se adecúan a lo que la gente común busca ansiosamente, supuestas respuestas que no le exijan hurgar más allá del simple comentario, del enunciado vacío, de la promesa hueca. La vorágine de la vida actual impone a cada uno, ensimismado en su propia cotidianidad, un papel en el engranaje del que difícilmente puede apartarse o encontrar el tiempo para hacerse las preguntas indispensables: ¿hacia dónde vamos? ¿Qué clase de sociedad estamos construyendo? El día a día consume las energías de las personas y pocos, muy pocos, son los que destinan su tiempo a tareas que los abstraigan de la oferta de distracción dirigida al gran público. La lectura es cada vez más desplazada y, aun en los casos de las personas que mantienen esta práctica, muchas de ellas consumen libros que abarrotan las estanterías de "los más vendidos" como si ello fuera un elemento que necesariamente apunte a