No fue sorpresa, porque su tránsito a la inmortalidad se veía llegar. Su vida había transcurrido en etapas políticas, docentes y de labor de escritor y periodista. Eximio ex alumno de los jesuitas, siguió las directivas de sus maestros que dirigieron su vida pletórica de méritos por los diversos senderos, impregnados de espiritualidad Ignaciana; por algo el segundo nombre que llevaba era Ignacio. De su pluma brotaron ensayos de carácter histórico y libros de valor literario y con aire filosófico, cumpliéndose lo que no hace mucho escribía el articulista de EL COMERCIO Fabián Corral: “El libro es la palabra bien escrita, es la de que debe perdurar”.
El papa Juan Pablo II irradiaba carisma, agilidad, bondad y fortaleza. Francisco Salazar Alvarado, exembajador de Ecuador en el Vaticano, lo recuerda. Él vivió cerca del Pontífice y se convirtió en su amigo, al cumplir la misión diplomática entre 1984 y 1988.