Una realidad paralela. Parece que los gobernantes, una vez que caminan en esas esferas del poder, viven una realidad paralela. Un cuento. Una ficción, una construcción de su imaginación y de la telaraña de medias verdades que cada uno de los funcionarios ha tejido y con la que se elaboran los más variados castillos de cristal. Pero el cristal es frágil. Se puede romper. Y caminar en las nubes tiene su riesgo: caer, por la ley de la gravedad; estamparse contra el pavimento en un aterrizaje brutal. Algún gobernante, ya lo sabemos, hacía yoga y meditaba mientras los bancos congelaban los depósitos causando la indignación de los ciudadanos. Los patrones se repiten. Porque a pesar de que todo cambia, algo no cambia: el poder, que es siempre igual, deslumbra, marea, enceguece y ensordece.