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Castillos de arena

Una realidad paralela. Parece que los gobernantes, una vez que caminan en esas esferas del poder, viven una realidad paralela. Un cuento. Una ficción, una construcción de su imaginación y de la telaraña de medias verdades que cada uno de los funcionarios ha tejido y con la que se elaboran los más variados castillos de cristal. Pero el cristal es frágil. Se puede romper. Y caminar en las nubes tiene su riesgo: caer, por la ley de la gravedad; estamparse contra el pavimento en un aterrizaje brutal. Algún gobernante, ya lo sabemos, hacía yoga y meditaba mientras los bancos congelaban los depósitos causando la indignación de los ciudadanos. Los patrones se repiten. Porque a pesar de que todo cambia, algo no cambia: el poder, que es siempre igual, deslumbra, marea, enceguece y ensordece.

¿Cómo se sentirá una persona que sabe que, a su alrededor, todo, o casi todo, es ficción? ¿Qué sensación dejará saber, por ejemplo, que solo han pintado la calle, la vereda, las humildes casitas junto a una vía en medio de la nada, han colocado pantallas gigantes y parlantes por todo lado, porque ha de pasar, pero que luego, cuando se haya ido, todo volverá a ser igual, la gente pobre seguirá siendo pobre y el bus seguirá pasando solamente una vez al día por aquella vía escondida porque no se necesita de más, porque casi nadie va por allí?

Un castillo de cristal. Una escenografía hecha para la foto. Una ‘selfie’ con paisaje. Un mundo irreal marcado con logotipos con los colores del arcoíris, pero ningún proceso. Un espejismo, que se ve a la distancia pero cuando se está cerca, desaparece del todo.

Alguna obra pública ya se parece a un castillo, no de cristal, sino de arena en la playa: hermoso, con torres, ventanas y puentes, como los que se hacen en las familias durante sus vacaciones y que, se sabe, de antemano, que basta una pisada para que se desmorone porque para que funcione necesita agua que no hay; luz que tampoco hay; y gente para llevar a cabo la obra. O suficientes profesores preparados, por ejemplo, para vivir en internados en medio de la selva. O suficiente presupuesto para mantenerlas.

Castillos de arena. Castillos de cristal. Ilusión del desarrollo. El teatro del mundo. El espectáculo. El Hummer. Los aplausos. Los vítores. Las salvas y alabanzas. Los jingles publicitarios.

Y, en la vida real, es decir, tras bambalinas: el mercado más caro de semana en semana; la educación más mediocre de año en año; los zancudos que siguen revoloteando en las charcas de agua de invierno en invierno; los niños con las panzas hinchadas de tantos bichos, las carreteras con baches; los desastres petroleros de cada tanto en tanto; la tercerización laboral y la crisis de las empresas; el silencio de todo aquel que no quiere tener problemas.

Como tener los castillos de arena pero en las manos, escapándose entre los dedos hasta convertirse en nada.

maguirre@elcomercio.org