Durante la larga y triste noche neoliberal el abuso de poder y la corrupción política eran cosa común. Sin embargo, en medio de aquella podredumbre había un freno para el quilombo total: el sentido de pudor y la vergüenza. La fiesta de un ministro socialcristiano en el Maxim’s de París, el caso Flores y Miel, los gastos de los fondos reservados y la reunión de Febres Cordero con los ministros de la Corte entre otros, fueron escándalos que pasaron factura política a sus protagonistas. Había, entonces, una masa crítica que se indignaba y esa indignación servía de resistencia. Ahí estaba el pudor y la vergüenza.