“Quizá haya algo de lucidez para enfrentar las elecciones del 2023, evitando que la ciudad caiga en los encantos de la mediocridad”.
Quito, ha venido a menos. Ya no es lo que era. De un tiempo acá se ve una ciudad estropeada, de apariencia desatendida y degradada. Se ha desvanecido el orgulloso sentido de pertenencia que se tenía a la bella capital. Era organizada, competitiva, menos insegura, con servicios y planificada. Tenía protagonismo, identidad y proyección. Por la alcaldía han pasado destacados ciudadanos: Carlos Andrade Marín, Julio Moreno Espinoza, Jaime del Castillo, Sixto Durán, Álvaro Pérez, Rodrigo Paz, Jamil Mahuad, Roque Sevilla, Paco Moncayo.
Luego la ciudad rodó hacia un despeñadero. Por ahí, un alcalde servicial y sumiso ante la desmesura de un caudillo y su deriva autoritaria. Otro, repartiendo las empresas y administraciones zonales, como pedazos de un pastel, a ciertos concejales ávidos de fortuna.
Y luego, llegó el populismo farandulero de la pasividad y la descomposición, dejando a la ciudad en el fango de la angustia. Salió del paisaje gubernativo el escrúpulo, la ética y también la estética. La capital empequeñeció en su encanto, y se ve deteriorada. Sin rumbo cierto. En este ambiente, le toca hacer lo mejor que pueda al alcalde Santiago Guarderas. Y, por cierto, no es tarea fácil.
Se siente las secuelas de la crisis, el empobrecimiento de la política y el vacío de liderazgo. La ausencia de planificación y las consecuencias del inmediatismo clientelar. De ese populismo perverso e irresponsable. Lo sucedido con el aluvión en la Gasca es doloroso. Los problemas de Quito son de gran magnitud. Pero para bien o para mal, las soluciones a las dificultades, pasan por la política y la representación, que a su vez corresponde a la decisión del electorado y de la dirigencia política. Quizá haya algo de lucidez para enfrentar las elecciones del 2023, evitando que la ciudad caiga en los encantos de la mediocridad, por la indeseada fragmentación. Esperemos que las vanidades y los intereses pequeños, no permitan que el fracaso y el ocaso continúe.