Al defender los cambios que se están produciendo alrededor de las fiestas de Quito, el alcalde Augusto Barrera habla de un entorno cultural distinto al de los años sesenta y que dio lugar a las celebraciones tal como las conocíamos hasta hace poco.
Está claro que la celebración de la fundación española de la ciudad, que paulatinamente fue juntando la insípida sesión solemne a las serenatas, la feria de toros, el consumo masivo de licor y la elección de reina, ha cambiado. Una de las razones es el efecto del revisionismo histórico-político que Alianza País ha aplicado respecto de varios tópicos.
Por ejemplo, cuando se canta el Himno a Quito ahora se excluye la estrofa que contiene el verso ‘Y también porque España te amó’ y se incluye la que destaca la resistencia indígena.
Desde luego, no es un debate nuevo, pero nadie duda de que la llamada revolución ciudadana ha creado un entorno propicio para este enfoque. Hay también explicaciones en función del cambio generacional: han pasado nada menos que cincuenta años y dos generaciones desde que se consolidó esa manera de ver el mundo.
Las fiestas ahora están pensadas para la familia e incluyen la comida, la música y las tradiciones, lo cual está bien desde la visión de la administración de la ciudad.
Pero es difícil atribuirlo casi todo, como hace el Alcalde, a un cambio generado desde los jóvenes. Si bien la frase de Anthony Giddens que cita es cautivante (“hace una generación, los niños y los jóvenes querían parecerse a los adultos, ahora es al revés”), no puede usarse sin beneficio de inventario.
Es verdad que la generación joven respeta el ambiente y no acepta la muerte de los animales, aunque la consienta siempre y cuando no la mire.
Es más conectada y sigue tendencias mundiales, pero las cifras disponibles y la simple observación hacen difícil sostener la tesis de que el joven ecuatoriano es más respetuoso de su cuerpo y, por lo tanto, menos susceptible al uso del alcohol o de las drogas.
Esa explicación está más acorde con la visión política, y seguramente con los deseos, del gobierno hacia una generación que hoy por hoy tiene gran peso político.
A propósito, es llamativa la frase de uno de los intelectuales afectos al Gobierno, quien afirma que “el retorno del marxismo entre la juventud es un fenómeno naciente en América Latina y, sin duda, también se observa en Ecuador”…
Si detrás del modelo cultural de los sesentas hubo intereses económicos, detrás del actual hay intereses político-ideológicos, donde se juntan el dirigismo y cierta visión pacata sobre lo lúdico.
Pero mientras no se concrete ese cambio que el poder atribuye a los jóvenes, estos y los más grandecitos seguirán bailando los ‘remakes’ festivos a cargo de grupos bastante conservadores musicalmente, y cantando, sin son ni ton, “Y La Guaragua y La Guaragua y La Guaragua”.