En los últimos días, el PSC haciendo eco a un medio digital, ha denunciado «una supuesta negociación del gobierno para adquirir votos», y así evitar la destitución del presidente en el juicio político iniciado en la Asamblea Nacional. Esto ha traído a la memoria, al llamado hombre del maletín, popular expresión en la narrativa política nacional.
Por cierto, quien afirme que en la política y la representación no hay otro interés que el servicio público, está fingiendo. En la política y el poder hay intereses. Unos legítimos y otros claramente ilegítimos y hasta pervertidos. Hay decisiones que emanan de convicciones, mientras otras, brotan de negociaciones y recompensas.
La democracia moderna asumió el financiamiento público para las agrupaciones políticas y los procesos electorales, lo hizo para evitar que el dinero oscuro y sin control fluya, e intereses opacos incidan de manera nociva en la representación. Pero a pesar de los controles y de la transparencia que la opinión pública exige, la política legislativa estará asediada por influencias malsanas e intereses inconfesables. En la historia, no hay parlamento que en algún momento no haya sido vejado por conductas ajenas a una genuina representación. Ahora mismo, entre nosotros, hay sospechas de una relación pecadora entre el crimen organizado, el narcotráfico y la política.
La historia está repleta de abundantes casos de transfuguismo y transacciones con los votos. No es nada nuevo. Frecuentes conductas de defecciones, de quienes migran y mutan en busca de favores, prebendas y otros deleites.
Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, conocido como Alexis de Tocqueville, autor de El antiguo Régimen y la Revolución y en particular La Democracia en América, en 1840 era miembro de la Cámara de Diputados de Francia, cuándo señaló, «¿Qué es la Cámara?: un gran bazar en que cada uno vende su conciencia por un cargo». Imagínense. En Francia.