Es íntimo en el sentido de que es una decisión reservada de cada elector, que expresa su sentir y su pensar respecto a la conducción de los destinos de la nación. Esta decisión es emocional y razonada en la mayoría de los votantes e improvisada y de última hora por quienes solo acuden por la obligatoriedad.
El acto de elegir, cuando es por convicción, supone escoger al candidato idóneo e impoluto, a quien demuestre que sus ofrecimientos son realizables y que está preparado para cuando deba conducir al país mediante decisiones correctas, eficientes y sin más turbulencias políticas, porque quien gane debe saber que no podrá cambiar muchas cosas yéndose al otro extremo pendular, porque en diez años se ha empoderado profundamente a una multitud que defenderá sus derechos y conquistas por todos los medios.
Los electores nacidos a partir de 1980 (“millennials”) no creen las ofertas fáciles porque ya saben que no hay almuerzo gratis. Por eso choca al elector consciente que cuando la realidad es que el país confronta un déficit fiscal de por lo menos 7.000 millones de dólares, se ofrece cientos de miles de viviendas, se quiere eliminar impuestos como si gozáramos de un superávit fiscal y, sin saber con qué dinero, se habla de triplicar el bono de desarrollo humano en lugar de capacitar a la población pobre para un trabajo digno. Además se insiste en la ilusión exagerada de crear un millón de empleos como si fuera de soplar y hacer botellas, cuando estamos en recesión económica que más bien está expulsando mano de obra a la desocupación y sin tener una población capacitada para las diferentes labores. Se llega también al extremo de engañar ofreciendo préstamos a 30 años con el l% de interés, entre otras ofertas increíbles.
El voto razonado debería ir a quien ofrezca una nueva forma de crecimiento económico con criterio social, es decir sin afectar a la población vulnerable por su pobreza. El elector informado ya sabe que mañana el gobernante debe atender dos grandes frentes: el externo con una balanza de pagos razonablemente equilibrada y el interno con una política fiscal responsable.
El primero exige un nivel creciente de competitividad productiva para obtener más dólares con más exportaciones, a pesar de la apreciación del dólar que las hará más caras. Correlativamente, el nuevo presidente debe cuidar que las importaciones crezcan solo al ritmo de la entrada de dólares al territorio ecuatoriano, para no quedarnos sin liquidez.
En cuanto a la sostenibilidad fiscal hay dos caminos: recaudar más sin aumentar impuestos y disminuir el gasto innecesario para bajar gradualmente el déficit fiscal a una cifra manejable, que dé una buena señal a los mercados y permita refinanciar bien la deuda.
En conclusión, el voto íntimo debe inclinarse a quien pueda ser mejor presidente y no solo mejor candidato.