Entre 1999 y el 2000, Ecuador enfrentó una situación similar a la actual, con la reactivación de los volcanes Guagua Pichincha, Reventador y Tungurahua.Si bien ahora son el Reventador, el Tungurahua y el Cotopaxi, los efectos se asemejan. Hay la expulsión de gran cantidad de ceniza, cultivos afectados, negocios con menos ingresos económicos y una salida forzada de la población de las zonas más perjudicadas. Todo esto hace mella en la salud mental de los moradores. Su estado emocional se afecta.
Hace 15 años se realizó una encuesta precisamente para determinar la magnitud de la relación entre los procesos eruptivos de los volcanes y los trastornos mentales.
Se aplicó a 7 000 personas en Chimborazo, Pichincha y Tungurahua, según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El resultado fue que un 25% de los encuestados presentó uno o más probables trastornos como ansiedad, depresión, psicosis, alcoholismo… Y entre el 14,4% correspondiente a las personas que presentaron un probable trastorno de ansiedad y depresión, la mayoría de afectados fueron mujeres.
Entonces, el muestreo sirvió para delinear una estrategia de intervención y atención diferenciada a la población afectada, que ahora es vital reproducir, con información actualizada y mejores recursos, para velar por la salud mental de los potenciales afectados.
El proceso eruptivo puede durar días, meses o años, lo que hace aún más urgente fortalecer este componente desde las instituciones del Gobierno, organismos de socorro, pero también desde la comunidad. Con los vecinos acogientes, por ejemplo, que han abierto las puertas de sus hogares para atender a quienes dejaron sus casas, cultivos, animales, mientras dura la emergencia.
Y hay otro detalle: el fenómeno de El Niño comienza a poner en aprietos a la Costa. Las inundaciones dejan no solo daños materiales sino trastornos mentales parecidos a los de las erupciones volcánicas, que conviene ya empezar a atender.