7h00. Miércoles 17 de mayo. Camino a la universidad por la Av. Patria. Hay congestión y movimiento, pero nada excepcional. Llego a clase y mis alumnos me comentan que el Presiente ha decretado la muerte cruzada, la disolución de la Asamblea. Siendo un grupo interesante, quiero motivar un debate, les pido un criterio sobre el hecho, pero nadie contesta. Me piden continuar con la programación de la clase.
Pasaron las horas, hubo cierta inquietud por las redes. Alguien habló de probable suspensión de clases. La universidad está muy cerca al Palacio Legislativo, sede la Asamblea. Pero ante el ningún incidente, las actividades se desarrollaron con total normalidad.
Hubo tranquilidad en todo lado. Inusual y extraña reacción de la gente no solo en Quito sino en todo el país ante una medida de tanta gravedad. ¿Qué pasó con el escenario de calles incendiadas anunciadas por el líder de la CONAIE? Nada de nada. Ni una sola voz de respaldo social a la Asamblea. Velorio solitario. Ni una vela en el entierro.
¿Cómo se debe interpretar el hecho? Las calles no se incendiaron, pero sí hablaron. El silencio muchas veces dice más que mil palabras. Es probablemente que manifieste el contundente rechazo a todos los políticos, particularmente a los que están en la Asamblea.
Pero el silencio puede ser entendido como un respaldo al gobierno. Pésima interpretación. La gente está harta con todo el establecimiento político. Está hastiada del gobierno y de la oposición, indolentes, que no tuvieron la sensibilidad de hacer una tregua frente a un país que se ahoga en la violencia y el desempleo.
Hasta el 2025 se vienen tiempos de sostenida y desgastante lucha electoral. Se incrementará el desprecio hacia la clase política y hacia dirigentes sociales camorristas. Y con el desgaste de las derechas, se crearán óptimas condiciones para un outsider, para algún Bukele nacional, populista y aventurero, o para una figura fresca que canalice el torrente del centro a la izquierda, democrático y ecologista.