Hace veinte años, el 26 de octubre de 1998, fueron suscritos los Acuerdos que pusieron fin a la centenaria disputa territorial entre el Ecuador y el Perú, que había producido más de cuatro guerras e innumerables y cruentos encuentros armados entre ambos países, a lo largo de cerca de 180 años. Los Acuerdos de Brasilia solucionaron “el más largo y complejo” de los problemas territoriales existentes en América, según acertadas palabras del Presidente Clinton.
La ceremonia estuvo cargada de simbolismos, de historia, de emociones. En presencia de los Presidentes de Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Colombia y del Enviado Especial del Presidente de los Estados Unidos, del Rey Juan Carlos y la Reina Sofía de España, del Secretario General de la OEA, del Representante Especial del Papa, Cardenal Castrillón, y de las más altas autoridades del Ecuador y del Perú, en el Salón Principal de Itamaraty, en la misma mesa en que fue suscrito el Protocolo de Río de Janeiro el 29 de enero de 1942, los Cancilleres José Ayala Lasso y Fernando de Trazegnies suscribimos los diferentes tratados integrantes de los Acuerdos de Paz.
De inmediato, los Presidentes Jamil Mahuad y Alberto Fujimori firmaron el Acta Presidencial de Brasilia que reafirma el carácter sustantivo de la paz como base para la cooperación y el desarrollo de ambos países, inaugurando así una nueva etapa histórica que ha cambiado radicalmente el tono y el contenido de las relaciones bilaterales.
En efecto, desde entonces el Ecuador y el Perú han multiplicado su comercio, el turismo, las inversiones, se han asociado para trabajar en empresas de mutuo beneficio, han construido un sistema vial en la frontera que ha facilitado el progreso de regiones antes abandonadas “por razones estratégicas”. La salud, la educación son ahora campos en los que se ejercitan iniciativas comunes para mejorar la calidad de vida de los habitantes de la frontera. La interconexión eléctrica les provee de la energía que necesitan.
Todo esto es importante y plausible. Pero el mejor resultado de los Acuerdos de Paz es el cambio radical en la psicología social de ambos pueblos: antes nos considerábamos enemigos y nos mirábamos con recelo, desconfianza y rencor, antes los niños eran educados con una visión antagonista que los condicionaba como ciudadanos y actores de la vida política de la nación.
Ahora, ecuatorianos y peruanos hemos descubierto que somos idénticos en origen y en destino, en problemas y aspiraciones, idénticos en nuestra búsqueda permanente de derechos y libertades. Perseguimos la misma felicidad. Y la paz nos ha demostrado ser el camino para lograr todas esas legítimas aspiraciones personales y nacionales. Ahora vemos, con claridad pragmática, que la paz es el bien supremo –pax optima rerum- y que es el “único camino hacia el futuro”.
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