Nuestras creencias se forman en la infancia. Si nos crían con violencia, la usaremos de por vida con nuestros hijos, esposas, vecinos o autoridades; ya que las creencias son nuestra fábrica de pensamientos de cada día. El Estado Ecuatoriano legalizó la violencia al avalar la justicia indígena y estas semanas todo el país ha sido martirizado por ella y lo seguirá siendo; más, cuando quienes debían frenar los excesos, fueron rebasados.
Las pérdidas para el turismo ecuatoriano son devastadoras y no habrá recuperación similar al final de la pandemia global, ya que poseemos nuestra interminable pandemia de terror interno que ahuyentará a los turistas por años, sustentado en las terribles imágenes proyectadas al mundo que nos muestra como un país en guerra y sin misericordia ni con los enfermos.
La temporada alta de extranjeros que empezaba en julio y en la cual se invirtió en promoción y readecuación de la hotelería, está perdida y ya exigen la devolución del dinero de las reservas.
El principal y más grande proveedor de todo el sector turístico, es el agrícola manejado por las comunidades campesinas. Si su reclamo es que los precios de sus productos son bajos, sin turistas, el consumo de verduras, frutas, hortalizas, lácteos, carnes; caerá en picada. El turismo de hosterías y haciendas, que creció en la pospandemia y contrató campesinos e indígenas, recortará estos empleos fijos. El Turismo Comunitario es eliminado por los turoperadores y millones invertidos en infraestructura y esperanza: abandonados.
Turismo y campo siempre han caminado de la mano y el mayor encanto: brindar gastronomía con sabores locales provistos por los campesinos, sale del menú; porque ya no habrá menú.
La hotelería soportará otro dominó de quiebras con la respectiva pérdida de miles de empleos lo que significa menos consumidores y recesión económica. Instaurada la violencia como forma de cogobierno el mensaje al mundo es contundente: no vengan a Ecuador … salvo, si se es parte o promotor de grupos violentos.