América Latina, y Ecuador en particular, están enfrentando un trilema muy complejo. Por un lado, tienen crecientes presiones de gasto para atender los efectos de la pandemia y la crisis económica. Por otro, sus cuentas fiscales están en rojo y su deuda pública se ha disparado. Para completar el triángulo, enfrentan una polarización política y social que debilita la gobernabilidad democrática y reduce el espacio para hacer reformas fundamentales.
De acuerdo con el FMI, la pobreza en América Latina aumentó en 19 millones de personas y la desigualdad empeoró en 5% en este último año. El desempleo subió y afectó especialmente a jóvenes y mujeres. El acceso desigual a servicios de salud y educación durante la pandemia tiene ya consecuencias permanentes sobre los más pobres.
En estas circunstancias, la prioridad es la atención a la población más vulnerable a través de las redes de protección social y el acceso a salud, educación y desarrollo infantil. Esto es imprescindible y ético, pero tiene costos que presionarán las ya frágiles finanzas públicas. No se puede vivir eternamente gastando más de lo que se tiene y seguir endeudándose.
Por ello, se requerirá una consolidación fiscal que racionalice el gasto público, especialmente los gastos ineficientes o regresivos como los subsidios generales, y proteja las inversiones esenciales. Adicionalmente, se necesitarán más y mejores impuestos, que aumenten la recaudación, reduzcan las distorsiones y contemplen contribuciones progresivas de los más ricos. La reforma tributaria parece ineludible.
Sin embargo, el margen para aprobar reformas es limitado. Los acuerdos políticos son más complejos, pues no hay interlocutores claros por el nuevo rol de actores no tradicionales y nuevas formas de expresión y protesta en las redes sociales y calles. La situación social es una olla de presión y cualquier medida puede ser el inicio de un incendio social.
Desafortunadamente, no hay guías para navegar en este trilema. Lo obvio es abrir un amplio proceso de diálogo. Acelerar la recuperación económica ayudaría en el proceso: si uno monta bicicleta y quiere virar a la izquierda, es mucho más fácil hacerlo cuando está rodando que cuando está parada. La transparencia será clave. La región no tiene tolerancia a más corrupción y pactos políticos por debajo de la mesa.
El gobierno recién electo en Ecuador comenzó haciendo algo impensado: apoyó a un partido político antagónico para que presida la Asamblea Nacional y no tranzó con la vieja política. Ciertamente, ahora le será más difícil aprobar reformas y las tendrá que negociar con sectores ideológicamente opuestos. Sin embargo, ¿no será este un nuevo esquema que le permita llegar a acuerdos más legítimos y balancear mejor estos y otros trilemas? Le deseamos mucha suerte y éxitos en tan formidable desafío.