Transferencias... ¿de uranio?

Imagínese usted que un día alguien le cuenta, indignado, que el precio del uranio se ha triplicado. Si usted es una persona educada, contestará “qué interesante” y luego se olvidará de un dato tan irrelevante para su vida. Imagínese que luego, el aumento del precio del uranio se convierte en un tema candente para los medios. Usted, casi con seguridad, se quedaría pensando largamente por qué un tema tan intrascendente se vuelve viral en prensa, televisión y redes sociales.

Algo similar pasó en el país la semana pasada con la famosa billetera electrónica, un tema tremendamente secundario que ocupó un espacio enorme en las noticias.

Ninguno de nosotros consume uranio, el país no tiene reactores nucleares y, fuera de algún uso marginal en medicina, el uranio y su precio es uno de los temas menos importantes que se pueda imaginar.

La irrelevancia de la billetera móvil es aún mayor que la del uranio, al menos en la cotidianidad de la abrumadora mayoría de los ecuatorianos. Nunca nadie la ha usado y nada indica que mucha gente lo vaya a hacer en el futuro. Pero hubo discusiones acaloradas sobre el precio de las transacciones que se podría hacer con la “BiMo”. Pero nunca se ha hecho una transacción en ese sistema.

Si se transfiere dos dólares por billetera móvil, el costo de hacerlo sería diez centavos. ¿Es eso mucho o poco? En el fondo es irrelevante porque nadie lo va a hacer.

Cuando tuvimos la versión estatal del dinero electrónico, nadie la usó, a pesar de las abundantes prebendas tributarias. Y si no hubo usuarios es porque el país no tiene una gigantesca “demanda insatisfecha” de nuevos medios de pago. Está bien que se ofrezca opciones distintas, pero todas serán para crear nuevos mercados que, en el futuro, podrán tener algún espacio, pero que por ahora, son insignificantes.

Lo central en todo esto es que el uso de la billetera móvil es algo totalmente opcional y nadie está obligado a hacerlo. Es un servicio nuevo que ofrecen los bancos y las cooperativas y que, si no nos gusta a los consumidores, simplemente no lo usaremos. Y si nadie lo usa, serán los bancos los que busquen alternativas para mejorarlo y, si esas alternativas no funcionan, tendrán que cerrar el servicio o inventarse algo mejor.

En resumen, es algo nuevo y opcional y cuando existió algo parecido, nadie lo usó y nadie se quejó cuando el dinero electrónico del Banco Central desapareció. Es más, algunos celebramos cuando dejó de existir porque generaba un espacio de emisión inorgánica.

Las cuentas de la BiMo son como mini cuentas de bancos privados y, por lo tanto, no tienen la capacidad destructiva de crear dinero inorgánico. Eso las vuelve inofensivas, pero habrá que ver si algún milagro las transforma de “irrelevantes” a “útiles”.

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