El caso de la trampa en la nacionalidad de un futbolista refleja la forma cómo se actúa. Quién no sabía de este caso pero se guardó silencio, unos se hicieron los tontos y se tornaron en cómplices y otros engañaron, se creyeron vivos e hicieron todo para que se arregle mañosamente en la justicia.
País de tramposos y corruptos que no se inmutan, actúan sin una pizca de vergüenza y sirven de mal ejemplo. No son hechos aislados sino casi una práctica permanente en los diferentes campos y los que logran sus objetivos se creen astutos aunque se engañan a sí mismo y al resto, lo cual no les importa. No es el Ecuador que nos merecemos sino el país que nos parecemos.
Cuántos casos de futbolistas se han repetido, unos sancionados, otros protegidos y también liberados de culpa por jueces venales, que actúan presionados e incentivados presumiblemente con dinero, porque se pone en juego los intereses económicos de dirigentes e inversionistas, sin ética ni moral.
Este no es un problema solo en el deporte. En la política es peor, en donde hay mayor cinismo y sinvergüencería, a vista y paciencia de los ciudadanos. Un ejemplo de ello son los actuales dirigentes partidistas y la gran mayoría de asambleístas que se están burlando más de la cuenta y desafiando para que se limpie de tanta corrupción. Juego de intereses personales, grupales y hasta familiares para desbaratar instituciones con prácticas al margen del ordenamiento jurídico, como ha sido con ese inservible Consejo de Participación Ciudadana.
Lo grave, que nuestra sociedad se ha vuelto tolerante de tanta trapacería que cometen estos actores. Por eso estas malas prácticas políticas tienen que ser claramente identificadas y castigadas en las urnas, sin darles el voto a los candidatos de esas empresas electoreras. Allí está involucrada esa gran mayoría de asambleístas que se pasa de la raya con sus actuaciones y creen que los ecuatorianos son tontos. Tiene que haber un despertar colectivo para hacerse sentir frente a estos embusteros que viven de la política.