¡No, no es solo el Yasuní! El capitalismo desenfrenado que estamos viviendo en los últimos años, su cultura del ‘mall’ y el automóvil, el consumismo ilimitado, la homogenización de gustos, ‘tablets’ y productos, se están cargando no solo con la selva, los pajaritos y los pueblos amazónicos sino con otro tesoro cultural que se fue desarrollando desde que fray Jodoco Ricke instalara la Escuela de Artes y Oficios, que conjugó el talento indígena con la influencia europea.
Las artesanías y el arte popular reinaron durante la Colonia y la República, hasta que la modernización impulsada por el ‘boom’ petrolero de los años 1970 les diera el primer golpe y empezara a socavar sus bases. Pero los maestros artesanos, que habían resistido a la intromisión del plástico y las fibras sintéticas, prevalecieron en un mundo donde lo rural y lo tradicional todavía pesaban. Y donde la clase media urbana, incluso la alta, se sentían identificadas no solo con las artesanías sino con la música y la comida nacionales, y se lanzaban a conocer nuestra pródiga naturaleza.
Inmerso en esa onda, en 1994 recorrí el Ecuador acompañado por Paula Barragán para investigar, fotografiar y recuperar en un libro de gran formato lo mejor de nuestras artesanías. Ya para entonces se advertía en varios campos un decrecimiento de las artesanías utilitarias -por ejemplo, de la cerámica para las labores de cocina– y un cierto giro hacia trabajos que ponían énfasis en lo estético y decorativo. Recuerdo que nuestro punto de partida había sido el libro ‘Artefactos’ del estupendo editor colombiano Benjamín Villegas, pero nos planteamos hacer algo mejor todavía. Y lo logramos, no solo por el diseño, las fotos y los textos de varios colaboradores, sino porque las artesanías ecuatorianas son más ricas y variadas que las colombianas. Ello se debe, o se debía, a la presencia activa de los pueblos indígenas, sobre todo serranos, y la persistencia de una visión plástica que sobrepasaba a la Escuela Quiteña y anclaba sus raíces en el mundo precolombino. Basta ver las cerámicas Chorrera o Jama Coaque para comprobarlo. Con el sencillo título de ‘Artesanías del Ecuador’, el libro obtuvo un importante premio latinoamericano, agotó tres ediciones y hoy no se lo encuentra ni buscando con palo de romero .
Veinte años después, pensando en una reedición, recorro tiendas y ferias y veo con espanto que muchas artesanías tradicionales se están perdiendo para siempre. Incluso el fugaz Ministerio de Patrimonio pasó al olvido. Solo el Cidap, que funciona en Cuenca, mantiene constantes sus programas de apoyo y difusión del arte popular. Mejor andaríamos si este Gobierno y el sector privado le pusieran el empeño que ponen los vecinos en la empresa mixta Artesanías de Colombia, para no cambiar de ejemplo. Sí, todavía hay tiempo.