Tiene mucho del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York, el 11 de marzo del 2004 en Madrid o el 7 de julio del 2005 en Londres lo sucedido en París. Por eso, una vez superado el trauma del impacto, son necesarias lecturas que puedan conducir a la búsqueda de una explicación sobre las causas del terror. Es posible recurrir a la vieja tesis de la Yihad musulmana donde el tema pasa de lo religioso hasta lo militar; también puede ser oportuno repasar la respetada teoría de Samuel Huntington sobre “El choque de las civilizaciones”.
Sin embargo, como el trauma ha degenerado en un pánico mundial particularmente en Europa y EE.UU., es necesario recurrir a fuentes más actualizadas sobre el tema. Entre ellas las que, en una visión geopolítica, vinculan los acontecimientos con el fin de la Guerra Fría y cuyas secuelas –petróleo de por medio- se situaron en el Oriente Medio.
En primer lugar, se señalan las terribles huellas de odio y terror que quedaron luego de la guerra por la Independencia de Argelia con los franceses, los que al final reconocieron la liberación de ese pueblo. Pocas veces en la historia, como en ese entonces, se arriaron las banderas de Libertad, Igualad y Fraternidad. Luego, cronológicamente hay que ubicarse en el grupo de las guerrillas afganas – ampliamente avitualladas por EE.UU., particularmente a las de Al Qaeda contra la Unión Soviética. La lista sigue con la bárbara e idiota aventura de Bush Jr. en busca de armas químicas. Para cerrar provisionalmente este inventario de acciones, errores y omisiones en esa parte del planeta, se ubican las guerras civiles que soportan Argelia y Siria. Observan, supuestamente a distancia, Israel e Irán con adminículos nucleares en sus manos.
No se conoce ni se percibe una estratega de Occidente frente a este polifacético escenario que tiene a su disposición las tres más letales armas del terrorismo: la sorpresa, víctimas inocentes escogidas al azar y actores con una voluntad inquebrantable de inmolarse en la operación. Terror y religión. Una cruzada al revés en nombre de una religión y de unos profetas que en esta etapa –inicial- pudieran ser el origen de una nueva especie de terrorismo: “el mesiánico”.
Como la historia tiene lecciones cínicas, puede concluirse que es necesario que emerja un personaje como Henry Kissinger que de profunda formación maquiavélica logró rescatar a los EE.UU de la guerra sin fin del Vietnam y estableció el marco de las relaciones con la República Popular China. La velocidad de los giros del mundo internacional de esa época le impidió concentrarse en Cuba, como ha hecho el presidente Barack Obama y dejó a los inquietos pueblos latinoamericanos a merced de militares que abandonaron el honor de sus uniformes para enfundarse el ensangrentado de represores y asesinos. Allende los espera en un apartado en el submundo.
Alfredo Negrete / anegrete@elcomercio.org