Las elecciones exprés -engendro de la muerte cruzada– muestran características excepcionales. Dejando de lado las sombras de fraude que circulan, sorprende el carácter atropellador del proceso. Poco oxígeno para posicionar perfiles, difundir planes, hacer concentraciones locales, repartir regalos, debatir con todos, visitar organizaciones. Apenas queda aire para embutir mensajes clave: una figura atractiva y un par de ofertas, incluyendo la seguridad. Las formas no presenciales serán predominantes: redes sociales, carteles, televisión, prensa física y virtual.
Sin embargo, la característica estrella del momento es la presencia poderosa de las elecciones del 2.025. Una especie de tercera vuelta que ya recorre las venas de los candidatos. La mayoría no está dispuesta a jugarse el prestigio y los recursos por el minúsculo botín de año-y-medio. Quieren a apostar en grande, estirar el poder, darle más sentido a sus inversiones. La sombra que asoma después de la segunda vuelta y el paseo del año-y-medio, es la presa anhelada. Esta lucha es solo antesala, juego de medio campo. Una transición más.
Los correístas han sido explícitos en sus intenciones. Su líder proclama su agenda ultra personalista: constituyente a la medida, elecciones indefinidas, impunidad en procesos judiciales, control de instituciones. Escenarios todos favorables para el retorno soñado desde Bélgica. Todo gira en torno a la figura y apetito del caudillo. Las necesidades del país, esperan sentadas.
Las elecciones adquieren entonces un valor adicional. Su piel se baña ahora de consignas sobre seguridad, empleo, fenómeno de El Niño. Pero su corazón late para el 25. Con estas coordenadas cobran nueva importancia 3 temas ardientes: la supervivencia de la dolarización, los últimos estertores del petróleo, la gobernabilidad siempre esquiva.
La vorágine es imparable. Las defensas limitadas. Razón adicional para mantenernos despiertos. Para entender el juego inmediato y el que se vislumbra. Para la tercera vuelta.