A inicios de noviembre, el banco central de los Estados Unidos, la Reserva Federal, subió sus tasas de interés. La “tasa de fondos federales”, que hasta medidos de marzo era cero, ahora está en 3,8% y todo indica que seguirá subiendo. Los pesimistas estiman que llegará a niveles cercanos a 5%.
Unos días antes, el Banco Central Europeo también subió sus tasas de interés y, aunque está en niveles inferiores a los norteamericanos, hay un importante debate sobre cuándo los europeos igualarán los niveles norteamericanos. El Banco de Inglaterra, que en la pandemia bajó sus tasas a 0,1%, las ha subido varias veces y están en 3%. Y estos son sólo tres de muchísimos ejemplos en el mundo.
Subir tasas de interés es una de las cosas menos populares que puede hacer un gobierno, pero si tantos lo están haciendo es por el daño que está causando la inflación. La inflación está 8% y 10% en los EEUU y en Europa, respectivamente y subir tasas es una de las pocas herramientas que hay para frenar ese aumento de precios.
Entonces, en todo el mundo, las tasas suben, con unas pocas excepciones, entre la que está el Ecuador. En este país dolarizado las tasas están fijadas por el gobierno y, si somos realistas, es imposible que suban, sobre todo por temas políticos. En otras palabras, estamos condenados a seguir con las mismas tasas de hace 15 años.
Las tasas fijadas en el Ecuador son las que los bancos pueden cobrar a sus deudores pero, a su vez, de ellas depende lo que los bancos pueden pagar a sus depositantes y si las primeras no suben, las segundas tampoco lo harán. Así vamos a tener un país que paga tasas bajas a los ahorristas, en un mundo que paga tasas altas.
¿Si afuera le pagan más por su plata, qué haría usted? Pues todo se evitaría si ajustamos las tasas en el país, pero este es un tema en que somos rehenes de lo que se hizo en los gobiernos anteriores. Visto así, la cosa se ve complicada.