¿Qué le llevó al ex presidente del Perú a quitarse la vida? El escritor Daniel Alarcón busca responder a la pregunta en una interesantísimo artículo que difundió en su entrega del 8 de julio la prestigiosa revista The New Yorker. Alarcón es un innovador periodista de Radio Ambulante, un “podcast” o archivo de audios que desarrolla novedosas crónicas de la realidad latinoamericana, con gran originalidad y sentido humano.
La pregunta antes planteada es objeto de un debate interminable. Dos interpretaciones se disputan antagónicas respuestas: para los militantes del APRA y admiradores del carismático Alan García, “el suicidio fue el digno sacrificio de un hombre inocente que se negó a ser atormentado por sus perseguidores”; para los opositores, fue otra señal de culpabilidad y la manera de eludir la justicia una vez más. Las evidencias presentadas por el ex jefe de Odebrecht en Perú confirmaron la entrega de millonarios sobornos a García a través del secretario presidencial.
La crónica de Alarcón narra que, cinco meses antes de la muerte, confió el ex mandatario a su secretario personal un sobre sellado para entregar a la familia, aunque nunca reveló que contenía una nota de suicido con su decisión de no someterse al humillante espectáculo de un arresto. Después de un interrogatorio de la Fiscalía, el ex presidente le enseñó también a su abogado un arma que llevaba en la cintura en caso de que intentaran arrestarlo. La crónica reseña la entrevista a García doce horas antes de su muerte.
El entrevistador conoce que la orden de prisión preventiva está por dictarse de un momento a otro. Por supuesto no sospecha el final trágico. A las seis y media de la mañana del día siguiente, policías y un representante del Ministerio Público acuden a la casa del ex presidente. Lo abordan en el rellano de las escaleras; él conversa con las autoridades, regresa al segundo piso. Un video capta esos momentos cuando, al subir las gradas, saca una pistola; de inmediato se encierra en una habitación, llama por teléfono a su esposa, la madre de su último hijo, para despedirse, y después se escucha la detonación.
Sus palabras, en la última entrevista, resultan una patética muestra de la ilusoria adicción que genera el poder: “Creo en la vida después de la muerte. Creo en la historia. Y creo tener un pequeño sitio en la historia del Perú”.
García no anunció antes el suicidio; pero pensó en silencio y reserva en esa eventualidad. Quería salvar, con irresistible instinto político, su puesto en la historia.
La semana pasada el ex presidente Correa, como lo ha hecho ya otras veces, amenazó con pegarse un tiro si le encontraban un centavo mal habido. En estos casos, puede alterase el refrán de “guerra avisada…”: tiro anunciado con tanto bombo no mata gente…