Una de las características más misteriosas de los ecuatorianos es nuestra incapacidad de respetar la libertad económica de los productores y, al mismo tiempo, ser solidarios con los más vulnerables.
Los que priorizan ser solidarios y apoyar a los más pobres, casi siempre se oponen a respetar la libertad de los productores y aquellos que creen en la libertad, en muchos casos se niegan a ser solidarios con los que necesitan ayuda.
Respetar la libertad económica no es otra cosa que no alterar el sistema de precios de una economía y de no distorsionar (demasiado) los mercados. Eso significa, por ejemplo, que si el precio del aceite sube, pues no hay otra alternativa que dejar que suba, porque lo contrario sería poner precios máximos y desincentivar la producción de aceite.
Y eso es válido para el aceite, el banano, la harina y el pan y cualquier otra cosa cuya producción implique costos que el productor no puede controlar (o sea, casi todo). Esto también incluye al “costo del dinero” o sea, a la tasa de interés. Y todos esos precios deberían moverse libremente para así incentivar su producción.
Pero, por otro lado, nadie debería cerrar los ojos ante la realidad de un Ecuador donde mucha gente pasa hambre, no recibe atención médica decente y tiene acceso a una educación menos que mediocre. Esas personas merecen la solidaridad de todos los demás ecuatorianos y deberían recibirla mediante mejores servicios pagados por el Estado (que se financia con nuestros impuestos) y, cuando sea necesario, con transferencias directas (bonos) para que puedan cubrir sus gastos básicos.
Mejorar la calidad de esos servicios es un deber de todos, sobre todo de los que queremos que nuestros impuestos sean bien utilizados y que realmente favorezcan a los que más necesitan del apoyo estatal. En términos generales, casi siempre será mejor aumentar un bono que controlar un precio. Libertad con solidaridad.