Es casi un nombre mágico, se le da virtudes y bondades, soluciones no probadas de graves desgracias. Pero no se dice lo que es. Hubo un tiempo en que los Señores, nobles y hacendados a la vez, concentraban todo el poder con el Príncipe. Frente a ellos una mayoría de dispersos habitantes, sujetos silenciados por sus señorías, en nexo directo con ellos. Pero, lentamente emergía una sociedad que no era la del poder ni la del bando sin voz ni acción frente a él. Los recién llegados se asociaban en organizaciones portadoras de ideas, inquietudes e inclusive seguían su camino sin oír al poder.
El pluralismo y la diversidad de condiciones tornaron más compleja la sociedad; incontrolable para el poder. Pero era la sociedad misma la que creaba normas convenientes para la convivencia, no por voluntad sino por necesidad. Creaba ética pública. Sus nuevas ideas lograron impedir al poder “hacer y deshacer” o imponer orden con armas y credos; exigieron garantizar convivencia con derechos; el conocimiento y la tolerancia como un bien indispensable. La sociedad civil no era, así, ni poder, ni ejército, ni simple comercio; era asociaciones, espacios de encuentros que rompían el anonimato y el aislamiento; era una vida fuera de los arrebatos del poder, ideas, búsquedas, esperanzas, un espacio y un tiempo para lo que cada cual pensaba, no en su encierro sino con los demás.
Frente al poder omnímodo y una sociedad de laboriosos y silenciados habitantes dependientes de aquél, emergió la realidad y la idea de una sociedad civil: ni poder político ni iglesia ni anonimato; una nueva sociedad que, descubierto el rostro, calló al silencio con la palabra y compitió con el poder con razones. Un filtro que modificaba las relaciones directas del poder con las mayorías; con sus ideas y acciones exigía principios y límites al poder, no simple pragmatismo o manipulación.
Siglos después, sorprende que antiguos miembros de ONGs y asociaciones diversas o de grupos de izquierda admitan que hay que acabar con las organizaciones que hacían parte de la sociedad civil, que aportaron con acciones, ideas, recursos para formar al movimiento que les permitió llegar al poder, con la contestación y la palabra. Impedir el financiamiento a ONGs y asociaciones, controlarlas, chantajearlas, verlas como enemigas, ¿qué es? No todo es poder en la vida.
Heredaremos, después de Correa, un poder y una sociedad desorganizados, sin partidos ni organizaciones independientes. ¿Vale la pena tanto cambio y defensa del “proyecto” para después otra vez refundar la sociedad y el poder? ¿Conviene regresar a la relación directa del poder con anónimos y dispersos habitantes, desprovistos de ciudadanía civil?