“El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían temer al pueblo”, es uno de los principios del Discurso de la servidumbre voluntaria, escrito por Étienne de La Boétie en 1546, a sus 16 años, laico breviario para los políticos que se pretenden libertarios –antónimo de autócratas o esclavistas–. Han transcurrido siglos desde su aparición y su esencia sigue intacta.
El Renacimiento, las guerras religiosas, el antropocentrismo, la exaltación de la naturaleza del arte, la revalorización del clasicismo y la racionalidad… fue el contexto de la abrasadora palabra del joven pensador. Solo después de un cuarto de siglo, su ensayo de 18 páginas vio la luz gracias a su amigo Montaigne; aunque antes el manuscrito, en latín antiguo, pasó de mano en mano por centenares de lectores.
¿El Discurso fue una invectiva contra el absolutismo católico? Aceptar esta hipótesis sería vaciarlo de su demoledor mensaje sobre déspotas y dictadores. El Discurso es un manifiesto a favor de la libertad y llamamiento a los pueblos que la han perdido, para que resurjan de su vasallaje. Solo cuando se disipa la libertad somos capaces de advertir su presencia.
“No veo un bien en la soberanía de muchos que uno solo sea el amo, uno solo sea el rey”, dice La Boétie. No es una prédica violentista, promueve el destronamiento del tirano con base a la “desobediencia civil”. Cree que la costumbre inmoviliza a los pueblos y que el espectáculo (pan y circo) envilece a los pueblos.
El Discurso es implacable con autócratas y tiranos, pero también con los pueblos que se postran ante ellos. Este es el punto del cual se han valido sus detractores para tratar de disminuirlo. De cualquier modo, su palabra incendiaria a favor de la libertad avivará siempre una humanidad que merezca su nombre.
“¿Cómo puede ser que tantos hombres, tantas ciudades, tantas naciones aguanten alguna vez a un tirano solo, el cual solo tiene el poder que aquellos le dan?”