El desarrollo de las ciencias en la modernidad y posmodernidad gravita de manera negativa en los procesos educativos del hombre. La erudición humanística está relegada a un segundo plano. Se ha dado paso a un pragmatismo egoísta. Tenemos ahora un ser que analiza las realidades bajo solas percepciones fisiológicas – gusto, vista, olfato, tacto y oído – que dejan de ponderar el hecho de que la vida exige de un ir más allá de tales sentidos. Una correcta aproximación reclama cuestionar en metafísica los mensajes de esas sensaciones. Corresponde adentrarse en el conocimiento apodíctico… incondicionalmente cierto y necesariamente válido.
La filosofía platónica parte de una consideración primaria: la percepción no mueve a reflexionar a quien no desea la realidad verdadera… aquel que prefiere la falsedad que le conviene. En función de ese acercamiento ontológico, el hombre comprometido consigo mismo está obligado a impregnar de inteligencia los recados transmitidos por los sentidos. En caso de que se quede en la “impresión” sensorial física se verá impedido de realizarse como ente racional.
Lo expuesto nos conduce a E. Levinas, para el cual “los sentidos tienen un sentido”. También a M. Merleau-Ponty, quien se refiere a una “fe perceptiva”. En virtud de ésta, el conocimiento de la realidad es inaccesible a los sentidos; siendo que el cuerpo siente el mundo que es… éste trasciende por ende a lo meramente físico.
El humano está convocado a una efectiva interpretación intelectual de los sentidos. Por ejemplo, lo que vemos y oímos siempre tienen un “atrás” que solo la persona perspicaz puede asumirla en su real dimensión. En esa “dimensión” juegan un rol preponderante la singularidad y la subjetividad. Por medio de la primera, las manifestaciones no pueden ser adjudicadas al ente al margen de sus particularidades; hacerlo es actuar de manera torpe. A través de la subjetividad, el ser pensante está por ética llamado a abandonar “su yo” para colocarse en “el otro” con base en una subjetividad-sensible, o sea a reflexionar.