Saturado el ambiente nacional por anhelos, saludos, abrazos y palabras positivas, ha llegado el 2014.
Nadie habrá imaginado oír un anhelo negativo, porque las individualidades nunca pueden expresar sentimientos pesimistas .
Más aún, cuando estos espacios son propicios, para despojamientos, aunque momentáneos, de todas las investiduras que tienen las personas con poder, sea éste político, administrativo, económico, religioso o articulado al dominio parcial de sectores en cualquier sociedad humana.
Tranquilizados los ánimos después de las vivencias festivas familiares de Navidad y fin de año, en que circuló dinero con fines diferentes a los que tiene la rutina diaria, por ser dos días y noches especiales, es oportuno expresar en esta columna de opinión algunas ideas respecto al dinero cuyo destino es la satisfacción de las necesidades que demanda la vida.
Cuando llega al nivel de saturación, desvía la finalidad del uso necesario.
Ese nivel tentador, está en los bienes materiales que tienen un precio en el mercado entre los cuales nunca estarán los bienes espirituales, porque estos no se venden en escaparates.
Allí no hay cupones para adquirir niveles en cultura, bonos para intimidades de amor, boletos para contraer matrimonios felices, recetas para que los hijos expresen afectos, tarjetas para lograr abrazos filiales, audífonos para distinguir notas en instrumentos musicales de conciertos clásicos .
Tampoco hay guías para leer libros o novelas y asimilar su contenido poético, narrativo o histórico, lentes para la captación artística de cuadros de pintura, bustos o estatuas, manuales de conquistas de amor que incluyan expresiones de ternura en las miradas y actitudes.
En fin, todo lo que tiene registros espirituales o en el alma.
Son esas fracciones del tiempo personal las que se incorporan al ser o al espíritu como grabaciones eternas, y que se escapan hasta de las palabras, para describirlas adecuadamente; porque al sentirse buscaron su propio lugar interior, en forma distinta de los espacios momentáneos de satisfacción que se sienten al adquirir bienes suntuarios o de uso corriente y masivo.
La obnubilación que produce el dinero en millares de personas, abre espacios de corrupción en los cuales no hay límites ni de monto ni de clase social, porque igual efecto tiene el desvío de fondos de un banquero como la coima de un burócrata, la alteración de precios de un tendero o el saqueo de fondos públicos desde la cúpula de un Gobierno y de su extendida red de poder .
Si el centro motriz para vivir está en esa espiral, se ha caído en el desbalance de la vida diaria y está desprotegido el ser humano, porque se coloca en el despeñadero de las satisfacciones monetarias, para la cobertura posesiva de bienes materiales, colapsando la otra parte de su ser que es la vida espiritual.
Columnista invitado