América del Sur, territorio de inigualables bellezas naturales y de excepcional riqueza, con exponentes de gran trascendencia en el ámbito de las ciencias, las artes y el deporte, muchos de los cuales han destacado a nivel mundial cultivando éxitos en desempeños admirables fruto de la disciplina y dedicación ejemplar, es a la vez un espacio lleno de contradicciones y disputas primarias, sumida en una marea que atenta contra el bienestar de sus habitantes, amenazada por un discurso precario sin atender las necesidades de su amplia población.
En el borde superior un país inundado de oro negro, con las mayores reservas petroleras del mundo, expulsa a cientos de miles de habitantes en condiciones lacerantes para hacerlos mendigar en las calles y vías de países vecinos. Una camarilla de incompetentes dedicados al saqueo de sus recursos ha logrado lo impensable: destruir en poco tiempo la que se creía una de las economías imbatibles de la región.
Hacia el sur, un gobierno que intenta recuperar la institucionalidad y la democracia chapotea en aguas agitadas de una herencia nefasta que, cuando se quiere poner correctivos, genera resistencias de grupos inoculados de fanatismo que parecería que se encuentran cómodos viviendo en medio de la incertidumbre, con la amenaza que la situación se agrave y se torne inmanejable.
Entre Venezuela y Argentina, en la mitad del mundo, un país que no llegó a los excesos de su aliado ideológico del norte, simplemente, porque las condiciones, al haberse dolarizado años atrás la economía, no lo permitían, trata de retornar al equilibrio buscando que sus indicadores no se deterioren más, para evitar depender del endeudamiento para mantener un ritmo de gasto insaciable. Si no habríamos estado dolarizados, la situación actual sería en el peor de los casos una réplica del descalabro venezolano. Si la experiencia habría estado morigerada por los ideólogos andinos, sometidos a menos grados celsios que sus pares bolivarianos, el escenario más probable sería el de Argentina: precios rezagados, controles de cambios, inflación al alza, en suma, deterioro generalizado con unos revolucionarios enloquecidos imprimiendo billetes sin respaldo.
La dolarización fue un salvavidas. Pero para sostenerla se requiere que ingresen divisas y que no se desperdicien las existentes. Cuando se empieza a actuar en forma tímida para corregir los desafueros, estallan las protestas de unos y otros. Los antiguos aliados de los revolucionarios, que los encumbraron a todos los poderes deshaciendo la estructura republicana, amenazan con la paralización y la agitación social. Los causantes de la crisis, endilgan epítetos a su candidato La calificación de desleal y traidor está al orden del día.
En los medios de comunicación siguen circulando los que fueran los ideólogos del desbarajuste emitiendo críticas cuando son los causantes de esta situación como si ellos no tuvieran responsabilidad alguna en este desastre. Y lo peor, ininmutables ante la estela de corrupción e inmundicia que se ha destapado apenas se respiró una brizna de cambio.