El 2023 empezó como un toro bravo en una inmensa plaza sin barreras y llena de gente indefensa. En un mes y pico, el mundo se ha llenado de muerte y destrucción por causa de varios eventos geológicos. El terremoto de Turquía y Siria, el más reciente de Honduras y los dantescos incendios que no dan tregua en Chile, son tres de esos sucesos.
En el país mismo, la reactivación del Cotopaxi nos tiene a quienes residimos en las zonas de riesgo con el alma en un hilo y durmiendo con un ojo abierto.
Volviendo a los sismos, los expertos prevén (en cualquier parte del país, incluida Quito) uno de gran magnitud (7,5 grados o más) basados en análisis de riesgo sísmico y estudios de probabilidades.
¿Está preparada la capital para resistir un seísmo de ese tipo? La respuesta es no, por varios factores.
El primero es la construcción informal: el 68% de las 764 167 viviendas del Distrito Metropolitano. Son construcciones levantadas “a ojo de albañil” o por etapas, sin ningún estudio estructural o sismorresistente, sin la revisión de un profesional peor con la aprobación municipal de planos o licencias de construcción.
Dos botones de muestra: Carapungo y Solanda. En este último, la construcción del Metro solo completó la serie de incongruencias dadas desde su levantamiento y que incluyen un pésimo suelo para uso residencial, unas cimentaciones poco aptas para ese tipo de suelo y, aunque los vecinos se niegan a admitirlo, la desaprensiva y empírica práctica de aumentar uno, dos y hasta tres pisos en casas diseñadas solo para dos. Y sin la aprobación municipal, claro.
El segundo factor de riesgo es… el Centro Histórico, que tiene muchas edificaciones centenarias muy mal preservadas: con fisuras en las partes altas, fachadas desprendidas parcialmente, cubiertas curvadas (efecto de pandeo) o hundidas, columnas inclinadas, patios desnivelados, humedades permanentes en paredes y cimientos.
¿Conclusiones? Que en las condiciones actuales y con los estudios previstos, solo nos toca decir como los abuelos: ‘Dios nos coja confesados’.