El ludismo, un movimiento social surgido en Inglaterra a fines del XVIII e inicios del XIX, durante la Revolución Industrial, se caracterizó por la destrucción de maquinaria como una forma de protesta contra la automatización del trabajo y la pérdida de empleos. Hoy día muchos ven con extremo temor y miedo a la Revolución de la inteligencia artificial. Unos a favor, otros en contra. Sin embargo, un tercero bando reconoce lo inevitable del cambio y la necesidad de dar una respuesta crítica al fenómeno, pero aprovechar las oportunidades que brinda la nueva tecnología.
¿Pero cómo aprovecharla en un país con cientos de miles de niños y jóvenes fuera del sistema educativo, sin internet y con millones con una pésima formación?
Si no tomamos en serio este hecho, las distancias entre países ricos y pobres se agigantan y, al interior, las brechas se hacen insalvables. Hay que hacer un cambio social. Transformar radicalmente la economía y las relaciones entre personas y entre países. Hacer una revolución educativa. La velocidad de la IA ha puesto en vigencia la necesidad de una gran revolución.
Muchos países con altos niveles de retraso educativo y discriminación social limitan la capacidad de las personas para aprovechar la inmensa cantidad de información que circula en la actualidad y discernir la información procesada que posibilita la inteligencia artificial, por lo tanto, la Revolución educativa debería permitir a las personas desarrollar el pensamiento crítico indispensable para navegar en este nuevo mundo.
Para lograr esto, la historia, las CCSS y la filosofía son los mejores instrumentos. Como en ninguna otra materia del currículo, en su enseñanza se perfeccionan capacidades de reflexión, análisis, síntesis y comparación. Son fundamentales para la construcción de valores y ética, indispensables en un mundo en el que circula tanta información falsa. Son claves para el desarrollo de destrezas para el trabajo, la vida y la convivencia entre seres humanos y naturaleza.